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estaciones eran tratados con toda deferencia,
porque los empleados del tren, a los que
frecuentemente daba don Bosco una buena propina,
iban a porfía en tributarles su cortesía,
preferencia o servicio. Alguna vez sucedió que, al
llegar a algún pueblecillo donde nadie les
conocía, tenían que ir a la posada para comer y
dormir. Entonces don Bosco comenzaba diciendo:
->>Ha tenido buen viaje, señor conde? >>Está
tal vez muy cansado, señor marqués? >>Qué desea
para la cena? íUsted, señor barón, ciertamente no
hallará aquí los espléndidos platos de su cocina!
Tendrán que conformarse, señores, y contentarse
con lo que encuentren en estos lugares.
Naturalmente hablaba de burlas, pero lo hacía
con tal gracia que el hostelero, su familia, y los
ociosos clientes, al oír repetir aquellos títulos
de nobleza, quedaban asombrados y se esforzaban
para tratar lo mejor que podían a aquellos señores
forasteros a quienes estaban dispuestos a ceder
hasta su propia cama.
El hostelero se acercaba a don Bosco y le decía
por lo bajo:
((**It8.200**)) -íCómo!
>>Este señor es un conde? >>Y ese otro, un
marqués?
-íSon personajes distinguidísimos!
-íPobres de nosotros! >>Cómo haremos para
tratarles según su rango?
-No se apure, buen hombre; se contentan
fácilmente; saben comprender.
Para los nuestros era una comedia, que
provocaba la risa. Pero a veces, la broma daba
buen resultado.
Un día fue el Siervo de Dios a la estación de
Puerta Nueva para salir de viaje con José Rossi,
que le llevaba la maleta. Como de costumbre, llegó
cuando el tren iba a partir, todos los vagones
estaban llenos de gente con las portezuelas
cerradas o asomada a las ventanillas, como si
verdaderamente los compartimientos estuviesen
ocupados, para impedir que otros subiesen con
ellos. Don Bosco, al no poder encontrar puesto, se
volvió a Rossi exclamando por broma en alta voz:
-íSiento, señor Conde, que se tome tanta
molestia por mí, dignándose llevarme la maleta!
-íNo hay de qué, don Bosco, respondió Rossi con
voz bastante clara. Me siento dichoso de poder
prestarle este pequeño servicio.
Algunos viajeros que oyeron las palabras señor
conde y don Bosco, se miraron entre sí y las
repitieron admirados; uno de ellos les llamó, ya
que aún no habían logrado subir al tren:
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