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ocular de la curación de un párroco, que hacía
catorce años no podía moverse sin ayuda de dos
muletas, y que le obtuvo del Señor
sobrenaturalmente la gracia instantánea de caminar
sin las muletas, que dejó en la misma sala donde
se operó la curación; y se marchó por la tarde sin
necesidad de apoyo alguno. Ayer me comunicó que
desde aquel día ha celebrado diariamente la santa
misa y que el domingo la cantó (después de catorce
años), asistió a la procesión y dio la bendición
con una afluencia extraordinaria de pueblo.
Siento también que no pueda venir antes de
mediados de este mes, porque el buen siervo de
Dios Luis Cogrosso se marchará de aquí el diez de
los corrientes. No dudo que, si le es posible, se
valdrá de esta oportunidad.
Mientras tanto debo anticiparle que todas las
indagaciones que hice para el profesor de
Retórica, fueron inútiles. Espero todavía tener
otra entrevista, pero con poca o ninguna
esperanza. Ruégole, pues, encarecidamente me saque
de este enredo, como me prometió, y haga de forma
que para el 1.° de noviembre, si para el 15 del
corriente mes no le he participado que ya he
provisto de otro modo, me lo pueda mandar en
compañía del clérigo Vittone, profesor de
gramática.
Confio en que, antes de dicha fecha, tendré el
placer de abrazarle en este obispado. Mientras
tanto, con el mayor aprecio y afecto, etc.
>> F. MODESTO, Obispo
En el Oratorio estaban todos extrañados al ver
cómo don Bosco se alejaba aquel año con tanta
frecuencia y hacía continuos y rápidos viajes,
cosa nunca vista hasta entonces. Se trataba de la
iglesia de María Auxiliadora; pero maravillaba ver
que no perdía la calma y el buen humor, pese al
cansancio, la fatiga, la contradicción y la
opresión de cruces pasadas. Bromeaba con gusto.
Hacía tiempo que había concedido títulos
nobiliarios con sus correspondientes feudos, a sus
más antiguos colaboradores. Los feudos eran
pequeñas parcelas de terreno ((**It8.199**)) algunas
incultas o sabulosas pertenecientes a su familia
de Morialdo. Así estaban: el conde de I Becchi, el
humilde caserío de la aldea donde él nació; el
marqués de Valcappone; el barón de Baccajao y el
Comendador... de no sé qué encomienda.
Con estos títulos solía llamar a Rossi,
Gastini, Enría, Pelazza y Buzzetti, no sólo en
casa, sino fuera también, especialmente cuando
viajaba con alguno de ellos en tiempo de
vacaciones. Estos, vestidos con decorosa
sencillez, eran felices y representaban
maravillosamente su papel. Con desenvoltura y
desparpajo bromeaban llamándose por sus títulos
respectivos, haciendo alusión a posesiones,
quintas de recreo y relaciones que sólo estaban en
el reino de la luna. A veces el que viajaba con
ellos en el mismo vagón quedaba maravillado de
encontrarse con personas tan conspicuas. Otras
veces, al llegar a las
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