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casa provisiones de boca, puesto que hacía comprar
diariamente sólo lo necesario para él y sus
familiares. Cuando invitaba a comer a alguien
solía decir:
-Le invito a comer, pero no a un convite.
Aquella noche no había sobrado nada de la cena
y en la cocina y en la despensa no quedaba más que
un poco de aceite y alguna botella de vino. Ni una
miaja de pan. A aquella hora estaban cerradas las
tiendas y el Obispo no se atrevía a preguntar al
Siervo de Dios si necesitaba algún alimento; pero
el teólogo Reina, su secretario, a sus ruegos le
sacó de la embarazosa situación preguntando a don
Bosco:
->>Usted tendrá que cenar todavía, no?
->>Qué dice cenar? respondió don Bosco; diga
más bien que he de comer.
El coche y los negocios me han traicionado.
Al oír esta respuesta creció el conflicto, y el
secretario expuso francamente el apuro a don
Bosco, que sonreía.
Cuando he aquí que, precisamente en aquel
momento, entraba en la sala el reverendo Cacciano,
misionero apostólico que con frecuencia era
huésped del Obispo. Al oír que no había pan, el
recién llegado sacó dos panecillos de un
envoltorio, diciendo:
-Al anochecer, y cuando venía a Gozzano desde
un pueblecito próximo y caminando por la
carretera, tropecé con estos dos panecillos. Como
no vi a nadie por el ((**It8.170**)) camino,
los recogí pues no quería se perdiese este bien de
Dios. >>No le parece un gesto admirable de la
divina Providencia para matar el hambre de don
Bosco?
No obstante, el Obispo se levantó para
retirarse a su habitación y dijo al secretario que
le acompañaba:
-Vaya con don Bosco y prepárele algo para
cenar. Yo no puedo quedarme porque me da mucha
vergüenza.
-Iré, respondió el secretario, pero vea,
Excelencia, se atrevió añadir; >>qué se gana
haciendo las provisiones día por día?
El noble y rico Prelado era todo caridad para
los pobres.
Con los panecillos apareció sobre la mesa un
par de huevos pedidos a una buena vecina, y una
botella de vino selecto que mandó el Obispo. Los
secretarios Reina y Delvecchio asistieron a
aquella cena, adobada con las exclamaciones de don
Bosco que, siempre jovial y contento, repetía que
hacía mucho tiempo no había hecho una comida tan
buena y que nunca le había parecido tan sabroso,
como aquella noche, el pan de la divina
Providencia.
Al día siguiente el buen Obispo dio un convite
espléndido con invitados en honor de don Bosco, y
sostuvo con él a solas una larga conferencia.
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