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((**Es8.147**) Efectivamente éste murió el 16 de julio, día consagrado a la memoria de la Virgen del Carmen. Tenía veinticinco años. Lleno de buena voluntad, había gastado su vida y su energía en favor de aquel nuevo colegio, haciendo concebir de sí mismo las mejores esperanzas. Don Bosco cerró sus ojos y salió de la habitación llorando. -Querido Ruffino, dijo, tú me has ayudado y yo no te olvidaré nunca. José Daghero, alumno del tercero de bachillerato, fue quien oyó estas palabras. Don Bosco recordó a menudo a don Domingo Ruffino. El año 1884, diecinueve después de su muerte, decía: -íQué alma más hermosa tenía don Domingo Ruffino, el hermano de nuestro Santiago! Parecía un ángel en carne humana; embelesaba verlo: su cara era más devota que ésa con la que se suelen pintar los cuadros de san Luis. íCuántos ángeles ha regalado el buen Dios a nuestra Pía Sociedad! La misma vida de Domingo Savio, de Miguel Magone, de Francisco Besucco, desaparece ante la edificante conducta de muchos otros, que permanecen desconocidos y de los que nunca hubo nada que decir por sus angelicales costumbres. Y añadía sus nombres. Demostraba su reconocimiento al difunto, no solamente recordándolo, sino con la caridad que dispensaba a su hermana. Nos lo ((**It8.162**)) dice una carta suya, dirigida a la benemérita condesa de Callori, de la que también deducimos el estado de ánimo del Venerable por aquellos días. Benemérita señora Condesa: La joven Ruffino se halla ausente y no podré avisarle que se prepare para mañana; su madre está pasando unos días con el Vicario de Lanzo. Apenas pueda hablar con una de las dos, veré qué determinan hacer e informaré enseguida a V. S. Benemérita. No me he olvidado del libro; lo tengo muy presente; pero ha sido imposible imprimirlo. Vea usted. Cinco sacerdotes de los más importantes cayeron enfermos a la par. Don Domingo Ruffino, ayer hizo ocho días, volaba gloriosamente al cielo; el valiente don Víctor Alasonatti está a punto de seguirle; de los otros tres queda una esperanza remota de curación. Imagine los gastos, las molestias y cargas que han caído sobre las espaldas del pobre don Bosco en estos momentos. No piense, sin embargo, que esté abatido; cansado solamente. El Señor dio, transformó, arrebató cuando le pareció bien; íbendito sea siempre su santo nombre! Me consuela esperar que tras la tempestad nos vendrá la calma. Señora Condesa, me encuentro en un momento en el que necesito luz y fuerzas; ayúdeme con sus oraciones; encomiéndeme también a las almas santas que usted conoce. (**Es8.147**))
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