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30 de abril
Un grave pensamiento me preocupa y no puedo
menos de comunicároslo. Id a los zapateros y
preguntadles: ->>Por qué trabajáis mañana y tarde,
coséis zapatos, untáis hebras con pez, cortáis
cuero? >>Por qué? Os responderán: -Para aprender
el oficio, para ser buenos zapateros.
Id al taller de carpintería y preguntad a los
aprendices: ->>Por qué serráis, cepilláis la
madera, manejáis el martillo y usáis continuamente
la escuadra, la regla y el compás? Os responderán:
-Para llegar a ser buenos carpinteros, y ganarnos
de mayores el pan.
Y yo os pregunto a vosotros, amigos míos:
->>Por qué dejasteis vuestras casas y vinisteis al
Oratorio? Vosotros me responderéis: -Para
estudiar, para instruirnos, para hacernos hombres.
Pues, si tanto se hace para aprender un arte,
para adelantar en las ciencias, os pregunto a
todos vosotros: ->>Para qué estáis en este mundo?
Y todos a una voz, de modo que no se entenderá lo
que decís, responderéis: -Hemos venido a este
mundo para conocer, amar, servir al Señor en esta
vida y después ir a gozarle en la patria celeste;
esto es, ípara salvar vuestra alma! >>No es
cierto?
Hace ya algún tiempo que ando rumiando este
pensamiento y hoy lo tengo más fijo que nunca; por
eso os lo he querido comunicar. ((**It8.115**)) íSi
pudiera decíroslo tal y como yo lo siento! Pero no
bastan las palabras, ante la importancia y la
sublimidad de los hechos. íAh! Si todos vosotros
tuvieseis grabada en la mente esta gran verdad, si
no trabajaseis más que para salvar vuestra alma,
entonces no se necesitarían reglamentos, ni
avisos, ni ejercicios de la buena muerte, porque
tendríais todo lo necesario para vuestra
felicidad. Si todas vuestras acciones tuviesen
esta finalidad tan importante; íqué fortuna la
vuestra y qué suerte la de don Bosco! íEs lo que
más deseo! íEl Oratorio sería un verdadero paraíso
terrestre! Ya no habría hurtos, ni malas
conversaciones, ni lecturas peligrosas, ni
murmuraciones y desobediencias. Todos cumplirían
su deber; porque, desengañémonos: sacerdotes y
clérigos, estudiantes y aprendices, pobres y
ricos, todos deben trabajar para este fin; de lo
contrario vanos son todos sus esfuerzos.
Y, no obstante, hay algunos que lo saben y por
nada piensan en ello. Sólo aspiran a hacer una
buena merienda y en ello ponen su pensamiento. Si
tienen un buen condumio o una botella de vino,
corren a buscar a sus compañeros y, echando una
mirada alrededor para ver por donde andan los
superiores, se escabullen para zamparse su
merienda.
Y, >>por qué no emplean el mismo entusiasmo, la
misma diligencia con su alma? >>Por qué no buscan
a algún compañero para hacer una obra buena, e ir
juntos a visitar unos minutos a Jesús
Sacramentado? íCuánto mejor sería para ellos!
Recuerdo que una vez, oyendo predicar los
ejercicios espirituales al santo de don José
Cafasso, trató él de modo tan maravilloso los
inmensos cuidados que los hombres se toman por las
cosas temporales y el poco o ningún cuidado que
tienen por las del alma, que, yendo después todos
a cenar, nadie quiso tomar bocado; tan grande
había sido la impresión que nos produjo aquella
terrible verdad.
Queridos míos, pensemos también nosotros una
vez con seriedad en asunto de tanta importancia.
Seamos listos y no estúpidos: listos,
correspondiendo a las gracias que el Señor nos
hace para que nos salvemos, y no estúpidos, porque
de lo contrario, llegará un día en que lloraremos
nuestra estupidez.
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