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Bosco, desde Venecia y después desde Cremona, la
princesa Elena de Soresina Vidoni para el feliz
éxito de un negocio muy doloroso.
En el mes de mayo, escribía desde Niza el barón
Heraud pidiendo oraciones para su esposa, que
sufría desde hacía más de un año una enfermedad
incurable. Desde Roma lo hacía la duquesa de Sora,
hija del príncipe Borghese, pidiendo por sí misma,
por sus cinco hijos y por la conversión de un
pariente próximo. También escribía a don Bosco,
desde Venecia, la condesa Carolina Mocenigo
Soranzo, hija de la princesa Elena de Soresina
Vidoni, agradeciéndole su carta y las oraciones
hechas por ella y saludándole de parte del
reverendo Apollonio. Escribía desde Florencia la
condesa Isabel Gerini por el consuelo
experimentado leyendo los consejos que don Bosco
le había enviado; y la Marquesa de Villa Ríos a
propósito de los donativos destinados a la
tómbola. El 30 de septiembre la princesa Corsini,
invitada por la Duquesa de Montmorency, enviaba
desde Florencia a don Bosco, benemérito de la
religión y de los pobrecitos de Jesucristo,
cincuenta liras para la nueva iglesia,
encomendándose a sus oraciones.
Es nuestro deber presentar una muestra de estas
cartas que respiran idéntica confianza. He aquí la
reproducción de la de una dama de la nobleza
florentina.
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Florencia, 8 de agosto de 1865.
Muy Reverendo don Bosco:
Espero me perdone el atrevimiento con que le
dirijo esta carta. La bondad que me dispensó en
diciembre del año 1863 al presentarme a usted,
rogándole me escuchara en confesión durante mi
estancia en Turín, me anima a ello.
Usted recordará cuánto me consolaban sus
palabras, animándome a confiar en la divina
misericordia para la salvación de las almas de mis
seres queridos. Me decía usted que orase para
obtener de la divina Providencia las gracias
necesarias con que hacer frente a los peligros que
amenazaban a mi familia; pero, íay de mí!, siento
mucho que, por rezar yo tan mal, no merezca
alcanzar esta gran gracia.
Nos hallamos en tiempos tan infelices y
desgraciados, mi posición y la de los míos es tan
dificil que, si bien, gracias a Dios, la confianza
en la misericordia divina no me ha abandonado, no
obstante me parece, a veces, <>.
Por eso, conociendo mi necesidad de acudir a
las oraciones de los buenos y confiando en las
suyas, me atrevo a enviarle una pequeñísima
limosna con el ruego de que celebre cinco misas:
una por mi marido G..., otra por cada uno de mis
hijos L... y T..., la cuarta por mi hija M..., y
la quinta por mí, según mi intención, que va unida
a la de la salvación de nuestras almas.
Sé lo muy ocupado que anda siempre y me duele
molestarle, pero no puedo dejar de suplicarle que,
si usted pudiese dedicarme algunos de sus
preciosos momentos y decirme una palabra, me
proporcionaría sumo consuelo.
(**Es8.104**))
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