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entregar alguna ofrenda para la construcción de su
iglesia. Así les deparaba el modo de obtener la
gracia, proveía a su obra de los recursos
necesarios y aumentaba, al mismo tiempo, en los
fieles la gratitud y la devoción a su celeste
bienhechora.
De este modo durante el año 1865 llegaron las
obras de la iglesia hasta cubrir el techo y se
terminó también la bóveda, a excepción del espacio
que debía ocupar la circunferencia de la cúpula.
Mientras se realizaban estos trabajos, sucedió
un hecho que maravilló a los obreros. Un pobre
revendedor de fruta se acercó en los primeros días
de verano a vender su mercancía por la zona de
Valdocco. Se enteró de que se estaba construyendo
la iglesia de María Auxiliadora con aportaciones
particulares de los fieles, y quiso él también
tomar parte. Con generoso sacrificio llamó al
maestro de obras y le entregó toda su fruta para
que la repartiera entre los albañiles. Queriendo,
después, según su propia expresión, terminar la
obra comenzada, rogó a los albañiles que le
ayudasen a cargar con una gruesa piedra y con ella
a hombros empezó a subir a los andamios. Temblaba
el buen viejo bajo el peso de la piedra, pero le
parecía ligero, dado el fin religioso que le
animaba. Cuando llegó arriba, descargó la piedra y
exclamó satisfecho:
-íAhora puedo dormir contento porque espero
poder participar de algún modo del bien que se
hará en esta iglesia!
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