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Y este desprendimiento de todo lo que podía
servirle de alivio, era un constante sacrificio
que ofreció a Dios para la santificación de sus
hijos.
Observaba Bonetti en su crónica:
<<8 de febrero. Encontrábase don Bosco en el
refectorio en compañía de diversos clérigos y
colaboradores de la casa; dialogaba con ellos
sobre las calamidades que envuelven al hombre en
este mundo y concluyó diciendo:
>>-íAh, nada importa con tal de que yo pueda ir
al paraíso acompañado de mis muchachos y de
Bonetti a la par (pues estaba yo cerca de él y
tenía los ojos vueltos a mí).
>>-Cuántos quiere tener a su lado? le pregunté.
>>-Deseas saber cuántos quiero junto a mí? He
pedido lugar al Señor al menos para diez mil.
>>En efecto, esto ya lo había dicho y lo
repetía de vez en cuando, de tal forma que se
había corrido la voz por varias poblaciones. Una
madre, de Caramagna, fue a Turín para pedir a don
Bosco la gracia de que admitiese a su hijo entre
los diez mil, aunque no pudiese colocarlo en el
Oratorio.
>>Yo entre tanto seguí preguntándole:
>>-Cuántos hay ya actualmente en el paraíso?
((**It7.81**)) >>-Cerca
de doscientos, respondió.
>>Yo insistí:
>>-Sumando los que ya fueron puestos por usted
en la senda del paraíso y que todavía viven, los
que estuvieron y están al presente en el Oratorio,
cuántos llegarán a la meta e irán a ocupar su
sitio?
>>-Amigo mío, me preguntas lo que no sé. Quién
puede fiarse jamás de la buena conducta de un
muchacho? A veces veo jóvenes tan bien orientados
por el camino de la virtud que constituyen una
delicia; pero después, con frecuencia los ves
enfriarse y llevar una conducta que me arranca las
lágrimas. Podría decirte uno tras otro los
muchachos de casa que están actualmente en gracia
de Dios, pero no sabría decir si perseverarán
hasta el fin>>.
Por la noche, desde la tribuna, como si
maniobrase contra el inmundo espíritu que le
asediaba tan cruelmente, no se cansaba de ensalzar
la virtud de la pureza. Describía sus valores, y
encantos con tanta elocuencia y tanto recato, que
era encantador escucharle. Durante muchos años no
se atrevió a tratar de la fealdad del vicio
opuesto, de tanto como lo aborrecía; sólo hacia el
fin, viendo que iba en aumento la malicia de los
muchachos, que desde niños ya habían sido víctimas
o testigos de cosas nefandas, por dos o tres veces
se decidió (**Es7.79**))
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