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((**Es7.756**) APENDICE N.° 9 BREVE INFORME DE LA SOCIEDAD DE SAN FRANCISCO DE SALES (Véase pág. 528) El Superior Eclesiástico de la Diócesis de Turín A partir del año 1841, cuando comenzaba la obra de los Oratorios con una sencilla catequesis en la iglesia de san Francisco de Asís, todo se hizo siempre con el consentimiento y bajo la dirección de monseñor Luis Fransoni, arzobispo de Turín. Tres años más tarde, en 1844, al ir yo a tomar parte en la dirección de la Obra Pía del Refugio, empezaron los muchachos a celebrar allí sus reuniones festivas. ((**It7.891**)) Para dar estabilidad al lugar y a la acción, el Superior Eclesiástico, por decreto del 6 de diciembre de 1844, concedía se bendijera y destinase a capilla un edificio, con la facultad de celebrar en él la santa misa, dar la bendición con el Santísimo, celebrar triduos, novenas, etc. Pero esta capilla llegó a no poder satisfacer la necesidad, por lo cual, con otro decreto del 10 de abril de 1846, se trasladaba el Oratorio a un lugar más adaptado y espacioso en Valdocco, donde nació el templo y la casa que actualmente se habita. Vista la insuficiencia del Oratorio existente, el Superior Eclesiástico, por decreto de 18 de diciembre de 1847, concedía el permiso para abrir en otro barrio de la Capital un nuevo Oratorio dedicado a san Luis, con las mismas facultades anteriormente concedidas. Aquí, en los días festivos se celebran todas las funciones sagradas como en las parroquias. Además, durante la semana hay un número considerable de muchachos que asisten a las escuelas elementales. Dos años después se concedían las mismas facultades para un tercer Oratorio levantado en Vanchiglia, y dedicado al santo Angel Custodio. Omito los decretos con que se concedieron los favores pedidos; adjunto solamente una copia de aquél por el cual el Superior Eclesiástico aprobó lo que se hacía por los sacerdotes y clérigos de los Oratorios y se dignó constituirme Director de los mismos con las facultades oportunas. Decreto del 31 de marzo de 1852. El Superior Eclesiástico veía y promovía esta obra con la autoridad y también con medios materiales, pero recomendaba calurosa y repetidamente que se proveyese para el caso de muerte de quien estaba constituido en director jefe. Expresé muchas veces el vivo deseo de ver constituida una sociedad, apta para promover cada día más el desarrollo de la educación de los muchachos pobres y conservar el espíritu y la tradición de aquello que generalmente se suele aprender únicamente por la experiencia. Pero pasaron los tiempos felices: el Arzobispo tuvo que abandonar la diócesis y salir desterrado. Sin embargo, no dejaba de recomendarme la necesidad de atender a los Oratorios en caso de mi muerte. De acuerdo con su consejo fui a Roma, en el año 1858, para saber el parecer del Supremo Jerarca de la Iglesia sobre el particular. Cuando se enteró de que, después de los alientos del siempre glorioso y reinante Pío IX, había yo escrito el ansiado Reglamento, experimentó una gran alegría; lo leyó él mismo y después lo envió, acompañado de una carta llena de satisfacción, a su Vicario General de Turín para que lo examinase atentamente a fin de llegar a la aprobación canónica. Mientras sucedía todo esto, la divina Providencia llamaba al venerando Prelado desde el destierro terrestre a la patria de los bienaventurados. (**Es7.756**))
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