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Actualmente sus internos son cerca de
ochocientos, trescientos de los cuales aprenden un
oficio manual, mientras los otros quinientos
estudian humanidades, para luego consagrarse unos
a la música, otros al dibujo, éstos a la ciencia,
y aquéllos al servicio del altar.
Cuando don Bosco ha conocido y aprobado la
vocación de estos últimos, visten la sotana y
siguen viviendo mezclados con los demás
compañeros, hasta que están preparados para
ingresar en su Seminario diocesano para cursar los
estudios superiores. ((**It7.850**)) De
estos clérigos siempre tiene unos sesenta. Pero
esto no es todo; cada tarde recibe don Bosco en el
mismo local otros ochocientos muchachos pobres,
que viven con sus padres y van allí para aprender
todo lo que enseña a los internos.
Para los días festivos, ha abierto, además,
otros dos locales, llamados igualmente Oratorios,
en otros dos puntos de la ciudad, donde junta y
hace pasar la jornada, entre diversiones y
oración, a todos los muchachos que, instruidos por
él, ya están colocados: de modo que, entre todos,
en los días festivos llega a reunir unos tres mil
muchachos.
Cuando uno lee esta descripción se ve tentado a
pensar que es un sueño, o al menos, si cree en la
verdad del hecho, se imagina que el Oratorio de
San Francisco de Sales, repleto de un número tan
enorme de chicos llenos de vida, no contenidos por
sargentos, con sable y palo, sino disciplinados
por el pacífico don Bosco, debe ser una verdadera
Babilonia, o sea, el modelo de la confusión y del
desorden. íTodo lo contrario! Don Bosco posee el
gran poder de amar y la rara dote de saber
desarrollar este mismo poder en los corazones de
los demás. Apenas un joven ha conocido a don
Bosco, se siente atraído a quererle, y don Bosco,
a su vez, sabe aprovecharse de esta benevolencia
para conducir al muchacho a llevar a cabo
espontáneamente todo lo que debe hacer. De donde
nace que las órdenes prudentísimas y discretas,
dadas por don Bosco, son observadas por todos con
tal exactitud y tan buena voluntad que no hay
cuidado de que nadie perturbe el orden. Es algo
maravilloso, pero también muy cierto, que
demuestra lo grande que es la fuerza de la
caridad, dirigida por la fe católica.
Encontramos en la historia eclesiástica al gran
san Antonio que fundó comunidades con dos y tres
mil monjes en los desiertos de la Tebaida. Pues
bien, hoy vemos a don Bosco que realiza otro
tanto, en medio de Turín. Aquel mismo espíritu del
Señor que unía a los monjes y les hacía dóciles a
la dirección de san Antonio, une entre sí a estos
jóvenes y les hace dóciles a la dirección de don
Bosco.
Cuando uno entra en el Oratorio de San
Francisco de Sales, queda sorprendido al ver aquel
tropel de muchachos que corren y se cruzan, por
así decir, en todas las direcciones sin tropezar;
mas, a poco que los estudiemos individualmente,
pronto advertimos la presencia del Espíritu del
Señor, que mueve ordenadamente aquella enorme
máquina. La alegría y la satisfacción, que se
admira dibujada en los sonrientes rostros de
aquellos chicos, revela la paz de la inocencia que
palpita en sus corazones; sus modales, tan
educados y corteses, como pueden desearlo los
jóvenes de noble prosapia, demuestran con qué
ánimo se doblegan al freno de la educación; la
ansiedad y la atención con que atienden a las
palabras de don Bosco, a quien nunca se cansan de
escuchar, dan a conocer con qué dimensión se va
desarrollando su inteligencia; el respeto
confidencial, que es justamente amor y veneración
hacia don Bosco, a quien consideran un Santo,
disipa la admiración y descubre ((**It7.851**)) el
secreto de la buena marcha de aquella casa. Se
diría que aquellos muchachos quieren tanto a don
Bosco que se guardan de ofender a Dios, para no
apenar a su bienhechor. De este modo, sin látigo,
sin palo y sin castigos de ninguna clase, la
familia camina con
(**Es7.723**))
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