((**Es7.718**)
-Tiene razón; pero sepa, señor, que yo soy de
Palermo.
-Lo celebro, >>pero, acaso Palermo es una
ciudad distinta de las demás? >>No está el Señor
en Palermo?
Callóse y, tras una breve pausa, agregó:
((**It7.844**)) -Me han
llamado a Turín para enseñar contabilidad a los
militares piamonteses, que no la conocen.
Esta fanfarronada me disgustó vivamente y pensé
para mí:
->>Cómo? Consideras a los piamonteses tan
borricos que necesitan de tus clases?
Y dije fuerte:
->>Señor, qué entiende por contabilidad? >>El
álgebra, la aritmética, el libro de cuentas, el de
partida doble?
Y él contestó:
-Por contabilidad entiendo contabilidad.
Y, agregando pocas palabras más, comenzó él a
desconcertarse y los demás a reírse.
-Mire, le dije seriamente con aire magistral;
por contabilidad se entiende el libro mayor, la
partida doble, sencilla.
En suma, le dí pruebas de mis conocimientos
referentes a las primeras nociones de
contabilidad.
Los viajeros se miraban entre sí y decían:
-Este cura sabe de todo, hasta de contabilidad
militar.
Y, dirigiéndose a mí, añadieron:
-Parece que haya sido usted soldado.
-No sólo lo he sido, sino que lo soy todavía.
Me miraron todavía más maravillados y dijeron:
-Usted va vestido de sacerdote; a lo mejor es
un soldado disfrazado.
-Ah, no; éste es mi uniforme, y además no soy
un simple soldado, sino graduado; más aún, general
de la armada.
Se comprendió la burla, y dirigiéndome a mi
interlocutor añadí:
-Vea, señor; antes de hablar piense bien con
quién, porque podría
encontrarse con alguien que le haga hacer un mal
papel.
Callé, y después de unos instantes, repliqué:
-Confieso, señor, que yo sé poco de
contabilidad militar; pero quedé ofendido de que
usted dijese así sin más, que nosotros, los
piamonteses, no sabemos nada de contabilidad mi
litar. Si yo, que no la he estudiado, sé mucho más
que usted, piense lo que sabrán los piamonteses
que han hecho sus estudios exprofeso.
El pobre contable no habló más y otro caballero
me dijo:
-Desde Milán nos trae aburridos con sus malas
conversaciones; su llegada, Reverendo, ha sido una
bendición de Dios; se requería precisamente a
vuestra señoría para taparle la boca.
Mi adversario era un oficial vestido de
paisano: después me pidió excusas y prometió venir
a visitarme al Oratorio.
Mis queridos amigos, sacad de este hecho una
lección. Si os encontraseis con alguien que habla
mal de la religión, por lo general no le
combatáis, si no estáis bien instruidos en ella;
pero, si os preguntan, no os dejéis amilanar y
vencer, sino empezad a preguntarle con calma y
caridad, como si quisierais ser instruidos por
ellos. De ordinario estos calumniadores y enemigos
de la religión son ignorantes, y les confundi réis
a las primeras preguntas: así volveréis contra
ellos las mismas armas con que querían combatiros.
(**Es7.718**))
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