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o pensado cometer pecado mortal, está obligado a
la restitución por injusta detracción.
Y a propósito de robar, añadiré que son
ladronzuelos los que, no satisfechos con tener el
pan suficiente a la hora de comer y de cenar, lo
apañuscan en la despensa; los que rompen sillas,
cristales, sobre todo si lo hacen con mala
intención; y están obligados a resarcir el daño
que producen en el Oratorio con una restitución.
Pero conozco a algunos de estos ladronzuelos
que roban a los compañeros, y les digo que dejen
de robar y que devuelvan lo hurtado. Si quieren
que yo les ayude, vengan a decírmelo en confianza
y prometo arreglarlo todo sin que nadie se entere;
les aseguro que no tendrán ningún castigo: mas, si
rehúsan cambiar de conducta y son descubiertos por
otros, sepan que no dudaré en llamarles ladrones
delante de todos.
((**It7.843**)) Y
ahora, dejando de lado estas miserias, que agradan
muy poco a los buenos, os diré algo que os alegre.
Voy a contaros lo que me ocurrió hoy, mientras
venía de Vercelli a Turín. Había en el vagón en
que yo entré, un señor, que estaba hablando de la
confesión. Tan pronto como me vió, se dirigió a mí
y exclamó:
-íHola, señor cura! Diga usted algo de esto.
Me senté y le pregunté:
->>Sabría usted, señor, >>quién inventó la
confesión?
-Es sabido, contestó él; el Concilio de Trento.
->>Y sabría decirme en qué época se celebró
este Concilio?
-En tiempos de san Bernardo, respondió.
->>Y san Bernardo en qué época vivió?
-En la de san Agustín.
Ante aquella gala de erudición histórica
estalló una carcajada general en el vagón.
Entonces yo proseguí.
-Mire, el Concilio de Trento se celebró hace
cerca de trescientos años. San Bernardo murió hace
seiscientos; desde que existió san Agustín han
transcurrido mil cuatrocientos, y hace cerca de
mil ochocientos cincuenta años Jesucristo
instituyó este gran sacramento.
Mi contrincante quedó calladito y después
agregó:
-Lo digo sinceramente; a mí no me gusta
confesarme.
-Muy bien, yo le enseñaré cómo.
-Así me agrada: es el primer cura que enseña la
manera de no confesarse, >>como es?
-No cometiendo pecados.
-Yo no los cometo.
-Le felicito, pero le advierto que, a las
primeras palabras que usted dijo, ya pronunció el
nombre de Dios en vano.
-Es verdad, no lo pensé.
-Y, si usted me permitiese que le preguntara,
ya vería cómo tiene alguna cosa más en la
conciencia.
-Pregunte, se lo autorizo.
-En público no, porque le molestaría a usted y
ofendería los oídos de estos señores.
-Pregunte tranquilamente, yo no lo tomaré a
mal.
-En público no; será mejor que lo que quiero
decirle se lo diga al oído.
-íSí! íSí!
Le dije encontes en voz baja lo que quería
decirle y él me contestó en alta voz:
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