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avisó que se llevaba el santo viático a Juan
Lagorio, perteneciente a la Congregación y ocupado
en la ropería. Los alumnos se reunieron en la
iglesia para pedir a la Santísima Virgen que
concediera al pobre enfermo las gracias que
necesita.
>>Don Bosco, apenas dio la bendición, subió a
la tarima del altar y habló así:
>>-Mis queridos amigos; acabamos de llevar el
santo Viático a un hermano nuestro, gravemente
enfermo. Aunque haya pocas esperanzas de curación,
como todavía puede vivir algún tiempo, lo mismo
que puede morir pronto, rogad al Señor para que le
proporcione la fuerza de sufrir con resignación la
enfermedad y la gracia de morir santamente. Para
ello empezaremos mañana a rezar un Pater y Ave por
el enfermo, Pater y Ave, que acaso cambiaremos
pronto por un Requiem aeternam.
>>-Amigos míos, pensemos en este instante en
nuestro máximo deber, y es que debemos emplear
bien la salud para el servicio y la gloria de
Dios. La salud es un gran regalo del Señor, que
debemos emplear totalmente para él. Los ojos deben
ver por Dios, los pies caminar por Dios, las manos
trabajar por Dios, el corazón latir por Dios; en
fin, todo nuestro cuerpo debe servir a Dios
mientras tenemos tiempo, de manera que cuando Dios
nos quite la salud y nos acerquemos a ((**It7.835**)) nuestro
último día, la conciencia no tenga que
reprocharnos de haberla usado mal.>>
La noche siguiente subió don Bosco a la tribuna
y habló con voz muy conmovida:
14 de diciembre.-Esta noche, mis queridos
amigos, he de comunicaros algunas noticias
dolorosas. Vosotros debéis saberlas; y, si no las
sabéis, os advierto que en las principales novenas
que celebramos, algunos alumnos dejan el Oratorio
para marcharse a sus casas. Nadie les manda irse;
son ellos mismos quienes se van, es decir, es la
misma Virgen quien los aleja. Algunos, a los que
se quería todavía retener por compasión,
prefirieron escaparse antes que permanecer, y
huyeron. Y lo más doloroso es que debieron
marcharse porque no podían estar más a nuestro
lado, porque ofendieron las buenas costumbres.
Esos no podrán jamás olvidar, mientras vivan, por
qué abandonaron el Oratorio; su corazón sangrará
con sólo pensarlo y deberán decir:
-El culpable de todo soy yo.
En el pueblo les preguntarán:
->>Por qué dejaste el Oratorio?
Y >>qué podrán contestar? Nada. Sentirán
gravitar sobre su espíritu la única respuesta que
deberían dar:
-Abandoné el Oratorio porque cometí la más fea
de las culpas.
Recordarán haber interrumpido sus estudios, no
haber podido alcanzar lo que
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