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<>Nosotros nos habíamos dado cuenta ((**It7.69**)) de que
la salud del siervo de Dios iba de día en día
desmejorando y le veíamos pálido, demacrado,
extenuado, cansado más de lo ordinario y
necesitado de reposo. Se le preguntó por la causa
de tan gran fatiga y si no se encontraba bien.
Entonces él respondió:
>>-íNecesito dormir! Hace cuatro o cinco noches
que no cierro los ojos.
>>-Pues duerma, le dijimos nosotros, y deje
toda clase de trabajos por la noche.
>>-íOh!, no es que yo vele voluntariamente, hay
quien me tiene en vela contra mi voluntad.
>>-Y cómo es eso?
>>-Hace unas noches, respondió, el espíritu
diabólico se divierte a costa del pobre don Bosco
y no le deja dormir; y ya veis qué buen tiempo ha
escogido. Apenas dormido, oigo un vocerío al oído
que me ensordece, y un soplo que me sacude como un
huracán, en tanto que curiosea, tira los papeles y
desordena los libros. Estuve corrigiendo hasta muy
tarde el número de las Lecturas Católicas titulado
El poder de las tinieblas, lo tenía por tanto
sobre la mesa; pues bien, al levantarme al alba,
me lo encontré por el suelo; otro día me
desapareció y tuve que buscarlo en la habitación
por aquí y por allá. Es curiosa esta historia.
Parece que al demonio le gusta acompañar a sus
amigos y estar con los que escriben de él.
>>Al llegar a este punto sonrió y luego
continuó:
>>-Hace tres noches que oigo cortar la leña que
está junto a mi estufa. Esta noche, estando
apagada, comenzó a arder por sí sola con unas
llamaradas terribles que parecía iban a abrasar la
casa. Otra vez, habiéndome acostado y apagado la
luz, empezaba a dormirme, cuando de pronto, una
mano misteriosa tira de la ropa, moviéndola
lentamente hacia los pies y dejando poco a poco al
descubierto la mitad de mi persona. Como los
bordes de la cama se mantenían normalmente por sus
dos lados, quise creer al principio que aquel
fenómeno fuese producido por causa natural; así
que agarraba la ropa y me la tiraba encima; pero,
apenas la había ajustado, nuevamente notaba que
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volvía a deslizarse sobre mi cuerpo. Entonces,
sospechando lo que pudiera ser, encendí la luz,
bajé de la cama, miré detalladamente por todos los
rincones de la habitación, pero no encontré a
nadie y volví a acostarme abandonándome a la
bondad divina. Mientras permanecía encendida la
luz, nada ocurría de extraordinario; (**Es7.70**))
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