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del pobre Saracco; y que los misterios del rosario
se cerrasen con el réquiem. Luego advirtió a todos
que consideraran que los de la casa iban a la
eternidad de dos en dos y que la muerte de uno
anunciaba la de otro; por tanto, se preparasen
porque pronto, antes de acabar el año, otro debía
morir. Añadió que éste, a lo mejor no hacía ya el
ejercicio de la buena muerte del mes de diciembre.
Acabó avisando de modo especial a los pobres
jóvenes que rara vez se acercan a los sacramentos
y viven solamente para pasarlo lo mejor posible.
Cuando quedó a solas con los sacerdotes,
exclamó:
-íSi hubiese podido preparar a Saracco como yo
deseaba! íPero él quiso marcharse!
Don Bosco sabía que Saracco tenía que morir.
íPobre Saracco, que el Señor haya tenido
misericordia de ti!
Al subir las escaleras para retirarse a su
habitación se volvió a un sacerdote que le besaba
la mano y le dijo sonriendo:
-Esto paratus (Que estés preparado).
La florecilla que don Bosco había pensado dar
este día la trasladó para el día siguiente, 30 de
noviembre:
-Ayer, dijo, pensamos en los muertos; hoy,
dejamos los muertos para pensar en los vivos. La
flor mañana será ésta: Oír la misa y ayudarla con
especial devoción.
Después se dirigió a los profesores y les rogó
que el próximo sábado dieran como lección de
clase, el modo de ayudar a misa, para que fuera
servida con el respeto que se merece. Inculcó que
no se contentaran con que ((**It7.822**)) los
muchachos lo supieran mientras lo recitan, sino
que lo aprendieran bien de memoria sin
equivocación alguna; en suma, que lo asimilaran
perfectamente.
Llamó por su nombre al director espiritual, don
Juan Cagliero, y le exhortó para que proveyera a
fin de que se dieran con exactitud las clases de
liturgia para el servicio de la santa misa.
Dijo al director de las escuelas, don Juan
Francesia, que, de acuerdo con el encargado de la
sacristía, dispusiera que todos los días se
presentaran dos jóvenes por turno en la sacristía,
mientras hubiera misas para ayudar; que empezaran
el servicio los alumnos de segundo de retórica,
continuando los de primero, y así seguidamente
hasta el primero de bachillerato. Los clérigos, un
día cada uno, asistieran a la sacristía
sucediéndose por turno, para ayudar a los
sacerdotes a revestirse y despojarse de los
ornamentos sagrados, para aprender a plegar
roquetes y albas, registrar los misales, etcétera.
Terminó aconsejando a los muchachos aprendieran
bien las oraciones
(**Es7.699**))
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