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Fue en este poblado donde aquel joven de Casale
se encontró con don Bosco y sostuvo con él un
largo diálogo. Ambos recordaban después las
preguntas y respuestas de la conversación que
habían mantenido. íSingular combinación de dos
sueños!
Don Bosco experimentó aquí otra extraña
sorpresa. Vio de pronto a sus jóvenes como si se
hubiesen tornado viejos; sin dientes, con el
rostro lleno de arrugas, el cabello blanco;
encorvados, caminando con dificultad, apoyados en
un bastón. El siervo de Dios estaba maravillado de
aquella ((**It7.800**))
metamorfosis, pero la voz le dijo:
-Tú te maravillas; pero has de saber que no
hace horas que saliste del valle, sino años y
años. Ha sido la música la que ha hecho que el
camino te pareciera corto. En prueba de lo que te
digo, observa tu fisonomía y te convencerás de que
estoy diciendo la verdad.
Entonces le fue presentado un espejo a don
Bosco. Se miró en él y comprobó que su aspecto era
el de un hombre anciano, de rostro cubierto de
arrugas y de boca desdentada.
La comitiva, entretanto, volvió a ponerse en
marcha y los jóvenes manifestaban deseos, de
cuando en cuando, de detenerse para contemplar
aquellas cosas nuevas. Pero don Bosco les decía:
-Adelante, adelante, no necesitamos nada; no
tenemos hambre, no tenemos sed; por tanto,
prosigamos adelante.
(Al fondo, en la lejanía, sobre la décima
colina despuntaba una luz que iba siempre en
aumento, como si saliese de una maravillosa
puerta.) Volvió a oírse nuevamente el canto, tan
armonioso, que solamente en el Paraíso se puede
oír y gustar una cosa igual. No era una música
instrumental, ni parecía de voces humanas. Era
algo imposible de describir, y tanto fue el júbilo
que inundó el alma de Don Bosco, que se despertó
encontrándose en el lecho.
He aquí cómo explicó el siervo de Dios su
sueño:
-El valle es el mundo. La montaña, los
obstáculos que impiden despegarnos de él. El
carro, lo entendéis. Los grupos de jóvenes a pie,
son los que, perdida la inocencia, se
arrepintieron de sus pecados.
Don Bosco añadió también que las diez colinas
representaban los diez mandamientos de la ley de
Dios, cuya observancia conduce a la vida eterna.
Después añadió que, si había necesidad de ello,
estaba dispuesto a decir confidencialmente a
algunos jóvenes el papel que desempeñaban en el
sueño, si se quedaron en el valle o si se cayeron
del carruaje.
Al bajar don Bosco de la tribuna, el alumno
Antonio Ferraris se
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