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Aún no se había rehecho de este dolor, cuando
sucedió otro lamentable incidente:
Muchos de los chicos que se encontraban en el
carruaje, poco a poco, habían caído a tierra. De
los quinientos, apenas si quedaban ciento
cincuenta bajo el estandarte de la inocencia.
A don Bosco le parecía que el corazón le iba a
estallar en el pecho por la insoportable angustia.
Abrigaba, con todo, la esperanza de que aquello
fuese solamente un sueño; hacía toda clase de
esfuerzos para despertarse, pero cada vez se
convencía más de que se trataba de una terrible
realidad. Daba palmadas y oía el ruido producido
por sus manos; gemía y percibía sus gemidos
resonando en la habitación, quería disipar aquella
terrible pesadilla, pero no podía.
-íAh, mis queridos jóvenes!, exclamó al llegar
a este punto de la narración del sueño, ((**It7.799**)) yo he
visto y he reconocido a los que se quedaron en el
valle; a los que se volvieron atrás y a los que
cayeron del carruaje. Os reconocí a todos. Pero no
lo dudéis: haré toda suerte de esfuerzos a mi
alcance para salvaros. Muchos de vosotros
invitados por mí a confesarse, no respondisteis a
mi llamada. Por caridad, salvad vuestras almas.
Muchos de los chicos que cayeron del carro
fueron a colocarse poco a poco entre las filas de
los que caminaban detrás de la segunda bandera.
Entretanto, la música del carro continuaba
siendo tan dulce, que el
dolor de don Bosco fue desapareciendo.
Habían pasado ya siete colinas y al llegar a la
octava, la muchedumbre de jóvenes llegó a un
bellísimo poblado en el que se tomó un poco de
descanso. Las casas eran de una riqueza y de una
belleza indescriptibles.
Al hablar a los jóvenes sobre aquel lugar,
exclamó don Bosco:
-Os diré con santa Teresa lo que ella afirmó
del Paraíso: son cosas que si se habla de ellas
pierden valor, porque son tan bellas que es inútil
esforzarse en describirlas. Por tanto, sólo
añadiré que las columnas de aquellas casas
parecían de oro, de cristal y de diamante al mismo
tiempo, de forma que producían una grata
impresión, saciaban a la vista e infundían un gozo
extraordinario. Los campos estaban repletos de
árboles en cuyas ramas aparecían, al mismo tiempo,
flores, yemas, frutos maduros y frutos verdes. Era
un espectáculo encantador.
Los jovencitos se desparramaron por todas
partes; atraídos unos por
una cosa, otros por otra, y deseosos al mismo
tiempo de probar aquellas frutas.
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