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ángulos partían tres astas que se unían en un
punto sobre el mismo carruaje formando como la
techumbre de un cobertizo. Sobre el punto de unión
se levantaba un magnífico estandarte en el que
estaba escrita con caracteres cubitales, esta
palabra: Inocencia. Una franja corría alrededor de
todo el carruaje formando orla en la cual aparecía
la siguiente inscripción: Adjutorium Dei Altissimi
Patris et Filii et Spiritus Sancti (Ayuda del
Altísimo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo).
El vehículo, que resplandecía como el oro y que
estaba guarnecido de piedras preciosas, avanzó
hasta colocarse en medio de los jóvenes. Después
de recibida la orden, muchos niños subieron a él.
Eran quinientos. íApenas quinientos, entre tantos
millares de jóvenes, eran todavía inocentes!
Una vez ocupado el carro, don Bosco pensaba por
qué camino habría de dirigirse, cuando vio abrirse
ante sus ojos un camino ancho y cómodo, pero todo
cubierto de espinas. De pronto aparecieron seis
jóvenes que habían muerto en el ((**It7.798**))
Oratorio, vestidos de blanco y enarbolando una
hermosísima bandera en la que se leía: Penitencia.
Estos fueron a colocarse a la cabeza de todas
aquellas falanges de muchachos que habían de
continuar el viaje a pie.
Seguidamente diose la señal de partida. Muchos
sacerdotes se lanzaron a los varales del carruaje,
que comenzó a moverse, tirado por ellos. Los seis
jóvenes vestidos de blanco les siguieron. Detrás
iba toda la muchedumbre de muchachos. Acompañados
de una música hermosísima, indescriptible; los que
iban en el carruaje entonaron el Laudate, pueri,
Dominum (Alabad, niños, al Señor).
Don Bosco proseguía su camino como embriagado
por aquella melodía del cielo, cuando se le
ocurrió mirar hacia atrás para comprobar si todos
los jóvenes le seguían. Pero íoh doloroso
espectáculo! Muchos se habían quedado en el valle
y muchos otros se habían vuelto atrás. Con
indecible dolor, decidió rehacer el camino para
persuadir a aquellos insensatos a que continuasen
en la empresa y para ayudarles a seguirle. Pero se
le prohibió terminantemente.
-Si no les ayudo, estos pobrecitos se perderán,
exclamó él.
-Peor para ellos, le fue respondido; fueron
llamados como los demás y no quisieron seguirte.
Han visto el camino que hay que recorrer y eso
basta.
Don Bosco quería replicar; rogó, insistió, pero
todo fue inútil.
-También tú tienes que obedecer, le dijeron.
Y tuvo que proseguir el camino.
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