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por nosotros en otro lugar, sobre la propiedad de
las Lecturas Católicas, o también a ciertos avisos
recibidos de las Autoridades Civiles.
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PROLOGO
En el que hablando de zanahorias, patatas y
coles, se cuentan en confianza a los lectores
algunos sucesos del Hombre de bien.
<>, dijo un
sabio en nuestros días. Y dijo bien,
excelentemente, estupendamente bien.
Vosotros, queridos lectores, pensáis que el
Hombre de bien, como es un ser que no hace mal a
nadie, tampoco habla mal de ninguno y, quiere,
mejor aún, busca el bien de todos, que se disfrute
de una vida feliz en el mundo y que todos vayan a
porfía en bendecir su propia existencia.
Queridos lectores, dispensadme, pero estáis en
un gravísimo error. Para convenceros, oíd la
dolorosa historia que puso en peligro la
supervivencia del aguinaldo del Hombre de bien.
Era a fines del pasado diciembre, cuando
estando el Hombre de bien acurrucado junto al
fuego, con un par de enormes anteojos a caballo de
la nariz, leyendo una antigua miscelánea del año
mil dos y medio, oyó en el exterior una repetida
llamada, como de un hombre con muchas prisas y sin
ganas de esperar. El Hombre de bien dejó su cuento
sobre la mesa y corrió a abrir. Era un viejo amigo
que llegaba de la ciudad, donde había oído hablar
mucho del almanaque del Hombre de bien, que es un
buen hombre, como sabéis, que ama la tranquilidad
y la paz por encima de todo. Las conversaciones
oídas por el amigo eran muy diversas: unos
alababan, otros criticaban, éstos despreciaban y
aquéllos auguraban al pobre Hombre de bien la paz
de los cementerios.
-íCrueles! Sobre todo después de que el año
pasado ya había advertido que nadie se permitiese
ponerle mala cara, porque podía asustarse y morir
de pena. Después que el buen viejito le hubo
contado cuanto le habían dicho a propósito del
Almanaque:
-Mira, le dijo, cumplidos aparte, tú harías
mejor dedicándote a plantar coles y sembrar
zanahorias que no fabricando almanaques. Ganarías
más y vivirías mas tranquilo.
Era, como veis, un modo terrible y
tremendamente claro de hablar. Estas palabras,
sumadas a alguna otra observación, hirieron en lo
más íntimo el corazón de nuestro Hombre de bien,
el cual, tras un profundo respirón, que retumbó
por toda la casa, desde el techo hasta lo sótanos,
íay, dolor! decretó inexorablemente la muerte del
almanaque.
Como consecuencia de esto, y para seguir al pie
de la letra el consejo del amigo el Hombre de bien
se las arregló para adquirir un campito y dedicar
en adelante su vida al cultivo de patatas y coles.
Adiós, pues, almanaques, adiós aguinaldos. Si un
afortunado accidente no hubiese mandado por los
aires este proyecto, el mundo entero habría
esperado en vano este año la aparición del Hombre
de bien como almanaque; ((**It7.791**)) a lo
más, habría podido recibir de él alguna patata o
algún cardo bendito, pero saber por el Hombre de
bien los días del mes, las fiestas del año, la
salida
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