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-Vuelva mañana y le pagaré todo.
-Se me escapó esta respuesta sin casi saber lo
que me decía, pero de repente advertí que en mi
interior se reavivaba una fuerte confianza en la
divina Providencia. Llegó el día siguiente y yo no
tenía un céntimo. Bajé a la iglesia dándole
vueltas al problema de mi deuda. Fui a celebrar la
santa misa: en aquel momento entró en la sacristía
un joven muy agraciado, preguntando por mí. Vio a
un sacerdote, le entregó una carta para dármela y
se retiró. Al terminar la misa me dieron el sobre
que estaba sellado. Lo abrí y me encontré tres
billetes de mil liras cada uno, que era
precisamente la cantidad a que ascendía la deuda.
Notad que yo no había manifestado a nadie mi
necesidad y no conozco al joven portador de la
carta. íVed cuán grande es la divina Providencia!
Mas don Bosco sabía administrar como siervo
fiel los tesoros de la divina Providencia,
distribuyéndolos con sumo cuidado, de tal forma
que la verdadera necesidad recibiese alivio y, al
mismo tiempo, no quedasen ofendidos los que le
importunaban ante una concesión que él consideraba
inconveniente. Las instancias por escrito para que
aceptase alumnos eran diez veces mayores que los
puestos disponibles en el Oratorio. Sin embargo,
no dejaba una sin respuesta, mostrando el gran
aprecio en que tenía al que le escribía, el
cuidado de la cuenta en que tendría su
recomendación y sus más favorables disposiciones
para contentarle tan pronto como pudiera.
Con la misma respetuosa cortesía contestaba
también a los que no contaban con las condiciones
impuestas por el Reglamento para ((**It7.786**)) la
aceptación de un alumno. El, en efecto, sabía que
a muchos señores les importaba muy poco que un
muchacho fuese admitido o no, y que, a veces,
apoyaban una petición sólo para librarse de la
molestia de las insistentes súplicas; y otros no
tenían más preocupación que la de aparentar
protección y hacer ver a la gente la importancia
de su nombre: y don Bosco, con buenas razones,
persuadía a los recomendados para que esperaran y
confiaran en la Providencia. Mas, si preveía que
el que se había dirigido a él, se podía ofender
con una negativa, no eran raros los casos en que
para bien de sus protegidos hacía notables
excepciones.
A veces, después, pedía en compensación al
protector un servicio que podía prestarle con
facilidad. Entre tantas recomendaciones estaba la
del diputado Amílcar Marazio, que conseguía la
admisión del joven Gho, prometiendo, sin embargo,
interesarse para que el Ministerio de Gracia y
Justicia concediese un subsidio para la
construcción de la iglesia de María Auxiliadora.
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