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((**Es7.669**) -Vuelva mañana y le pagaré todo. -Se me escapó esta respuesta sin casi saber lo que me decía, pero de repente advertí que en mi interior se reavivaba una fuerte confianza en la divina Providencia. Llegó el día siguiente y yo no tenía un céntimo. Bajé a la iglesia dándole vueltas al problema de mi deuda. Fui a celebrar la santa misa: en aquel momento entró en la sacristía un joven muy agraciado, preguntando por mí. Vio a un sacerdote, le entregó una carta para dármela y se retiró. Al terminar la misa me dieron el sobre que estaba sellado. Lo abrí y me encontré tres billetes de mil liras cada uno, que era precisamente la cantidad a que ascendía la deuda. Notad que yo no había manifestado a nadie mi necesidad y no conozco al joven portador de la carta. íVed cuán grande es la divina Providencia! Mas don Bosco sabía administrar como siervo fiel los tesoros de la divina Providencia, distribuyéndolos con sumo cuidado, de tal forma que la verdadera necesidad recibiese alivio y, al mismo tiempo, no quedasen ofendidos los que le importunaban ante una concesión que él consideraba inconveniente. Las instancias por escrito para que aceptase alumnos eran diez veces mayores que los puestos disponibles en el Oratorio. Sin embargo, no dejaba una sin respuesta, mostrando el gran aprecio en que tenía al que le escribía, el cuidado de la cuenta en que tendría su recomendación y sus más favorables disposiciones para contentarle tan pronto como pudiera. Con la misma respetuosa cortesía contestaba también a los que no contaban con las condiciones impuestas por el Reglamento para ((**It7.786**)) la aceptación de un alumno. El, en efecto, sabía que a muchos señores les importaba muy poco que un muchacho fuese admitido o no, y que, a veces, apoyaban una petición sólo para librarse de la molestia de las insistentes súplicas; y otros no tenían más preocupación que la de aparentar protección y hacer ver a la gente la importancia de su nombre: y don Bosco, con buenas razones, persuadía a los recomendados para que esperaran y confiaran en la Providencia. Mas, si preveía que el que se había dirigido a él, se podía ofender con una negativa, no eran raros los casos en que para bien de sus protegidos hacía notables excepciones. A veces, después, pedía en compensación al protector un servicio que podía prestarle con facilidad. Entre tantas recomendaciones estaba la del diputado Amílcar Marazio, que conseguía la admisión del joven Gho, prometiendo, sin embargo, interesarse para que el Ministerio de Gracia y Justicia concediese un subsidio para la construcción de la iglesia de María Auxiliadora. (**Es7.669**))
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