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Iban hacia Prasco, invitados por el párroco don
Jorge Bobbio, varón de mucha prudencia e iluminado
celo que, desde hacía mucho tiempo, estaba
relacionado con don Bosco y enviaba al Oratorio
alumnos, feligreses suyos, de acrisolada bondad.
A las tres llegaban a las puertas del pueblo;
un mensajero del párroco les comunicó que acababa
de fallecer el alcalde. El señor Próspero Deguidi,
excelente cristiano, no había estado enfermo más
que dos días. Así que los muchachos se dirigieron
silenciosamente a la parroquia y entraron ((**It7.775**)) en el
jardín. Pero no encontraron nada preparado para la
comida. Llegó el buen párroco y se excusó, por
haber debido asistir a su amigo moribundo.
Se buscó pan y Buzzetti y Enría hicieron
preparar a toda prisa una abundante polenta,
mientras don Bosco iba a la iglesia con los demás.
Dijo unas palabras al pueblo sobre la muerte y la
obligación de estar preparados, y se dio la
bendición. Se comió deprisa y partieron en
silencio al caer de la noche, cuando la luna llena
alumbraba el camino. A las nueve llegaron a Acqui
y fueron recibidos por unos pocos amigos sin
demostraciones públicas de fiesta. El entusiasmo
se desató en el Seminario, donde los Superiores y
los seminaristas, de vuelta de vacaciones,
aguardaban a los deseados huéspedes.
Aquí encontró don Bosco el correo con la
siguiente carta.
Roma, 8 de octubre de 1864.
Barrio de Santa Agueda N.° 23 P. 1.¦.
Muy Rvdo. señor don Bosco:
Ayer tarde, a las siete, el Santo Padre se
dignó recibirme en audiencia privada. Me entretuvo
durante casi tres cuartos de hora y me habló de
muchas cosas con gran afabilidad. Deo gratias.
Pedí su bendición para V. S., tan apreciada
para mí, para los sacerdotes de su Oratorio y para
todos los jóvenes que tienen la fortuna de ser
educados en su escuela cristiana. Rogué en su
nombre que concediera al Seminario de Mirabello
los mismos privilegios ya otorgados al Oratorio de
San Francisco en Turín, en el día de su patrono,
San Carlos. El Santo Padre, lleno de bondad y de
amor paterno, condescendió a todos mis ruegos,
extendiendo, para el día de San Carlos en el
Seminario de Mirabello, los privilegios ya
concedidos al Oratorio de Turín en la fiesta de
San Francisco. Impartió la bendición papal para V.
S. y para todos sus alumnos, encargándome a mí que
se la comunicara a usted para que la haga
extensiva a su querida y santa familia, que con
alegría y asombro supo que pasa de los
setecientos. Leyó por entero su carta y quedó muy
satisfecho, afirmando que guardaba siempre un
afectuoso recuerdo de usted; y añadió: que
conservaba como dulce recuerdo suyo la cajita con
las ofrendas enviadas por los muchachos de su
Oratorio.
Hablé de su templo en construcción y quedó muy
satisfecho: me indicó que se
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