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((**Es7.658**) Cuando se anunció que todo había terminado, se levantó un señor y gritó: -íViva don Bosco! íViva su escuela! Los espectadores hicieron un eco prolongado a su grito. Cuando los actores llegaron a su hotel encontraron preparado un vino de honor, que el hostelero les presentó en nombre de los señores del pueblo. El entusiasmo de la población era tal que, habiéndose acercado algún joven al café o al estanco, se le sirvió gratuitamente. Aquella noche fue el siervo de Dios, hacia las nueve, en busca de sus alumnos, para recitar con ellos las oraciones. El jueves, 13 de octubre, por la mañana, los muchachos se dirigieron a la parroquia para oír la santa misa. Con el permiso del párroco se rezaron las oraciones en alta voz, se tocó el órgano y se cantó un motete. Las muchas personas que estaban en la iglesia a aquella hora se admiraron al contemplar tan numerosas comuniones. Una señora se aproximó a un muchacho y le dijo: -Qué fiesta celebráis hoy? -Por qué, señora? -Porque he visto comulgar a muchos de vosotros. -Lo hacemos todos los días sabe? La señora quedó conmovida y se retiró exclamando: ((**It7.773**)) -Bendita la juventud que crece en tal escuela. Después del desayuno había que ir a Acqui. Pero, antes de partir, quiso don Bosco advertir con prudente caridad a don Tito, que se había mostrado demasiado generoso con él y sus alumnos. Aquel sacerdote empleaba sus riquezas para favorecer a los pobrecitos, pero emprendía demasiadas cosas y casi siempre por intereses materiales. Había fundado un banco que suministraba pingües beneficios, había organizado una gran panadería, había levantado un magnífico edificio para colegio elegante de chicas, dirigidas por sus religiosas, cada una de las cuales había llevado consigo una rica dote. En vano le amonestaban don Domingo Pestarino y otros amigos para que no corriera demasiado tras las ganancias del banco. Don Bosco dialogó con él familiarmente y hablóle de aquellas empresas: le indicó que no olvidara que el mundo odia a los religiosos y que si no logra hacerles daño hoy, se lo hará mañana; que, por tanto, es mejor que el sacerdote se ocupe de las cosas sagradas, dejando a los seglares las cosas del siglo. Le recordó las palabras de San Pablo: Nemo militans Deo implicat se negotiis saecularibus (Nadie que se dedica a la milicia de Dios se enreda en los negocios de la vida) (**Es7.658**))
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