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-Con la de ayudarle en lo poco que pueda.
-No; replicó don Bosco: las obras de Dios no
necesitan la ayuda de los hombres.
-Yo iré, y usted me dirá qué tendré que hacer.
-Venga sólo para hacer el bien a su alma.
-Así lo haré, respondió el sacerdote.
Este volvió con don Bosco hasta Mornese y le
habló durante hora y media de su vida pasada, de
cuanto había realizado y pensado hasta aquel día y
de sus proyectos para el futuro. Fue un paseo
inolvidable.
A la mañana siguiente, martes día 11 de
octubre, fue la partida.
Después del desayuno, entre los aplausos de la
multitud, se alejaba don Bosco con su caravana de
Mornese camino de Capriata, donde era esperado.
Había aceptado diez chicos del pueblo para Turín o
para Lanzo. A cierto punto el camino se bifurcaba:
por una parte se iba a Gavi y por la otra a
Montaldeo. El joven sacerdote, antes mencionado,
que debía ir a Serravalle Scrivia, se despidió de
don Bosco. El siervo de Dios le dijo con una
encantadora sonrisa:
-Cuándo vendrás a Turín?
Y luego añadió:
-Verdad que me permite le trate de tú?
-íSí, sí! Tráteme como a un hijo suyo. Dentro
de ocho días estaré con usted.
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