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Se entró triunfalmente en la población.
Hubo un espléndido banquete, ofrecido por el
Arcipreste, al que asistieron los músicos de las
dos bandas. Carlos Gastini, en la sobremesa, como
acostumbraba hacer en todos los pueblos durante la
época de excursiones, se presentó vestido de
payaso para representar el papel de mendigo; y,
cantando y declamando, suscitó la hilaridad de los
convidados.
Luego fueron los músicos a tocar bajo las
ventanas de la casa del Alcalde y de las de otros
distinguidos personajes para obsequiarles.
Después de la bendición solemne en la
parroquia, los alumnos salieron en fila con las
dos bandas a la cabeza. Al llegar donde comenzaba
la bajada, los de Lerma se pararon, don Bosco les
dio nuevamente las gracias, manifestó la esperanza
de encontrarse de nuevo un día todos juntos en el
paraíso gozando de las armonías celestiales, e
inició con los suyos el descenso al valle.
A la vuelta del camino, que giraba alrededor de
una colina que ocultaba a Lerma, se oyeron por
última vez los instrumentos de los nuevos amigos,
que daban el último adiós a los que se alejaban.
Estos respondieron con una sinfonía y tras un
entusiástico viva, gritado por un lado y repetido
por el otro, marcharon a Mornese.
Don Bosco, como ya había hecho al ir, volvía a
pie. Durante todo aquel largo trayecto caminaba a
su lado un sacerdote joven, forastero, que por
suerte se había quedado solo con él. El arcipreste
Olivieri, su amigo, se lo había presentado en
Mornese; don Bosco, mirándole amorosamente,
preguntóle su nombre y su patria. Y después le
dijo:
-Bueno..., venga conmigo a Turín.
-Y por qué no?, respondió el sacerdote, como
fascinado por la bondad del siervo de Dios. Don
Bosco no le dijo nada más 1.
En Lerma también se encontraba él entre los
invitados y el Arcipreste le había colocado
((**It7.769**)) en la
mesa al lado de don Bosco, que casi siempre habló
con él del Oratorio de Turín y de los medios que
había que emplear para salvar a la juventud de
tantos peligros como se le echaban encima. El
sacerdote, totalmente absorto escuchándole, le
había dicho:
-Yo iría con mucho gusto a Turín, si usted me
admite.
-Y con qué intención vendría?
1 Se trata, ni más ni menos, que de don JUAN
BAUTISTA LEMOYNE. Así de simple y candorosamente
hace su autopresentación el carísimo Lemoyne,
autor de estas Memorias Biográficas de San Juan
Bosco, el más rico tesoro del bosquianismo, mina
de oro inigualable que posee la Congregación
Salesiana, gracias a su laboriosa entrega y a su
buen hacer. (N. del T.).
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