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que, por su piedad, su caridad, y su celo, parece
todo un claustro de personas consagradas a Dios.
Esta mañana he repartido la comunión y sólo en mi
misa han comulgado unos mil fieles.
Quiera, señora Marquesa, aceptar los
sentimientos de respeto y gratitud extensivos al
venerado señor Marqués, a Acelia y a Manuel, a
quien dirá que yo nunca le olvido en mi misa, y
que él no olvide lo que le recomendé en
Montemagno.
((**It7.767**)) Ignoro
dónde se encuentran Papá y Mamá, mas si estuviesen
con usted le suplico les salude respetuosamente de
mi parte.
Dios conceda a todos salud y gracia y nos
conserve en la senda del paraíso.
De V.S.B.
Mornese, 9 de octubre de 1864.
Su
seguro servidor
JUAN
BOSCO, Pbro.
El lunes, 10 de octubre, don Bosco y toda su
comitiva hicieron una excursión a Lerma, donde les
esperaban el arcipreste Raimundo Olivieri y cuatro
alumnos del Oratorio que estaban de vacaciones en
aquel pueblo. A mitad del camino, a la izquierda,
después de una pequeña llanura, sobre un cerro
cubierto de bosques se levanta el castillo de
Casaleggio, perteneciente a la noble familia
Ristori, distinguida por su caridad y compasión en
favor de los pobrecitos. En aquella cumbre se
alineaba el pueblo con la vieja y pequeña iglesia
parroquial, edificada en tiempos del feudalismo. A
la derecha del camino, un poco más alta que ésta
se levanta solitaria la nueva parroquia con la
casa rectoral y un atrio delante de la puerta
principal, mirando hacia el castillo. Aquí
aguardaban a don Bosco para obsequiarlo la anciana
marquesa Ristori, los marqueses Horacio y Pedro,
sus hijos, y dos hijas suyas. El párroco, ya muy
anciano, don Juan María Pastore, estaba sentado en
un sillón.
Don Bosco subió a saludarles. La banda se paró
con toda la comitiva e hizo sonar sus
instrumentos.
Después de breve parada, los muchachos
continuaron la marcha. Cuando llegaron frente a
Lerma, situada sobre una colina, apenas les
vieron, dispararon los morteretes, se oyó un
alegre campaneo y sonaron las notas de la banda
musical del pueblo. Los del Oratorio se pusieron
en orden en el valle y respondieron con una pieza
musical. Cuando éstos acabaron, comenzó otra desde
lo alto del cerro. Y así, alternándose la música,
llegaron los alumnos de don Bosco a la entrada de
Lerma. El siervo de Dios saludó al párroco, que lo
esperaba con un gran gentío, y pronunció unas
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palabras de agradecimiento a la banda de música
del pueblo. Todos los habitantes estaban fuera de
sus casas.
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