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paisanos, aun después de su muerte, el afecto que
les tenía, y estaba dispuesto a entregar para ello
todo su importante patrimonio. Ya se había puesto
de acuerdo con las autoridades locales y obtuvo el
consentimiento de don Bosco. Se decidió, pues,
poner los cimientos de un majestuoso edificio de
utilidad pública, para destinarlo a colegio de
niños, según el deseo de todos. La población
colaboraría en los días festivos a la
construcción, acarreando materiales. Don Domingo
Pestarino estaba dispuesto a recompensarles
generosamente, como lo hizo, preparando vino y
merienda para los transportistas y pienso para los
borricos y los bueyes. Y don Bosco le prometió
que, terminado el edificio, volvería a Mornese
para inaugurarlo.
El domingo, 9 de octubre, era la fiesta de la
Maternidad de María Santísima y se celebró en la
parroquia con gran solemnidad. Don Bosco dijo la
misa de comunión general, y le ayudaron dos
muchachitos del pueblo, revestidos de sotana. Don
Domingo Pestarino, que se había sentado en el
confesonario la tarde anterior, siguió confesando
durante toda la noche, y a las nueve de la mañana
aún no había salido. Don Bosco fue testigo de
aquel acto de tanto celo, ((**It7.765**)) que
repetía muchas veces al año, a pesar de que, casi
todos los días, dedicaba varias horas, mañana y
tarde, a este sagrado ministerio.
Había vuelto don Bosco de la iglesia, estaba
tomando un poco de café, cuando don Domingo
Pestarino le avisó de que alguien quería verle y
hablarle, por lo que le rogaba que saliera. Dejó
el siervo de Dios la mesa y, apenas llegó a la
puerta, resonó un grito atronador de íViva don
Bosco! Todo el pueblo se había reunido en el patio
de la casa de don Domingo y ocupaba también el
espacio de una viña suya contigua. Los chavales
estaban formados en dos filas y detrás de ellos
sus padres. Cada uno tenía un regalo para ofrecer;
unos huevos, otros mantequilla, éste uvas
selectas, aquél un pollo, quiénes fruta y quiénes
queso. Varios llevaban un garrafón bajo el brazo o
una canasta de botellas de vino exquisito, y hubo
quien tenía delante un barril con cincuenta litros
de vino. Don Bosco pasó por entre aquellas filas
agradeciendo y dirigiendo a cada uno una afectuosa
palabra. Volvió atrás, subió unas gradas del
umbral de la casa, y, mirando al pueblo, dio a
todos las gracias por cuanto habían querido hacer
por él, aunque todavía no le conocían. Y añadió:
-Vuestra caridad me confunde. Sé que habéis
querido honrar en mí al ministro del Señor y eso
me hace ver vuestra fe. Que el Señor os la
conserve siempre en vuestros corazones, porque
ella sola nos puede hacer felices en esta vida y
en la otra.
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