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y seguramente el más eficaz, porque con el
ejercicio de la religión, será además el más
bendecido por Dios. Para darle una prueba
palpable, me atrevo a invitarle a que venga a
pasar unos días con nosotros y confío que al final
del experimento pueda asegurarme que cuanto le he
dicho es experimentalmente el sistema más práctico
y más seguro.
Esta invitación, parte en broma y parte en
serio, causó grata impresión a Francisco Bodrato,
el cual, íntimo amigo de Pestarino, ya había
deliberado en su corazón agregarse a la Pía
Sociedad.
Los alumnos del Oratorio fueron después de la
comida a Parodi, invitados por el párroco que les
había preparado la merienda.
Cuando iban a entrar en el pueblo, salió a su
encuentro el sacristán para avisarles que no
tocaran: se celebraban en la parroquia las
cuarenta horas y estaba allí reunido todo el
pueblo. La comitiva entró, por tanto,
silenciosamente en la iglesia, mientras estaba a
punto de acabar la plática. Los sacerdotes y
clérigos salesianos fueron a ayudar a la bendición
y los cantores subieron al coro y cantaron el
Tantum ergo con la banda. Cuando el pueblo salió
de la iglesia, los músicos tocaron unas marchas
que obtuvieron muchos aplausos.
En Parodi tuvieron una gran suerte. El
brillantísimo orador de los mejores púlpitos de
Italia, reverendo Verdona de Gavi, totalmente
ciego, predicaba allí el triduo de las cuarenta
horas. Su palabra clara para el pueblo y su
ardiente piedad le ganaban la atención universal.
Informado de la llegada de los muchachos de don
Bosco, se puso muy contento y quiso saludarles. El
había estado en el Oratorio cuando ((**It7.764**)) predicó
la Cuaresma en Turín, en la iglesia de San Felipe.
A Parodi le había acompañado su hermana, la señora
Jerónima, quién cobró desde aquel día tanto afecto
a las obras salesianas que, en adelante, fue una
bienhechora insigne.
Los muchachos regresaron a Mornese, ya avanzada
la noche, y no tuvieron el consuelo de ver a don
Bosco porque estaba en la iglesia confesando.
El no se había movido de Mornese. En aquellos
días sostenía largos coloquios con don Domingo
Pestarino. Le había aceptado entre los miembros de
la Pía Sociedad, como él ardientemente deseaba,
pero quiso que siguiese con la dirección de las
Hijas de María Inmaculada, mientras el Señor le
conservase en vida, prometiéndole la ayuda del
consejo y de los medios.
Don Domingo manifestaba también a don Bosco su
propósito de establecer en Mornese una institución
que recordase a sus buenos
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