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((**Es7.649**) beneficios que tan abundantemente nos ha otorgado; cuando, finalmente, con el resorte de la razón se hayan persuadido de que la verdadera gratitud al Señor debe manifestarse cumpliendo su querer, respetando sus mandamientos, especialmente los que inculcan la observancia de nuestros recíprocos deberes, crea ciertamente que gran parte del trabajo educativo ya se ha cumplido. La religión en este sistema hace el oficio del freno colocado en la boca del fogoso corcel, que ((**It7.762**)) lo domina y gobierna; la razón hace de brida que oprime las fauces y produce el efecto que se pretende conseguir. Religión auténtica, religión sincera que gobierne los actos de la juventud, razón que rectamente aplique los santos dictámenes como norma de todas sus obras, he aquí sintetizado en dos palabras el sistema que yo empleo, cuyo gran secreto desea usted conocer. A continuación Bodrato, tras una breve reflexión, respondió sonriendo a su vez: -Reverendo señor, con el símil del hábil domador de los jóvenes potros, usted me hablaba del freno de la religión y del buen uso de la razón para dirigir todas las acciones. Esto va muy bien; pero me parece que me ha silenciado un tercer medio, que siempre acompaña al oficio del domador de caballos y, quiero decir, el inseparable látigo que es como el tercer elemento de su éxito. Ante la observación del maestro Bodrato, agregó don Bosco: -Querido amigo, me permito indicarle que, en mi sistema, el látigo, que usted dice indispensable, o sea la amenaza saludable de futuros castigos, no está totalmente excluido; piense que son muchos y terribles los castigos con que amenaza la religión a los que, no teniendo en cuenta los preceptos del Señor, se atreven a despreciar los mandamientos; amenazas severas y terribles que, recordadas con frecuencia, no dejarán de producir su efecto, tanto más justo cuanto que no se limita a los actos externos, sino que castiga también los más ocultos y los pensamientos más secretos. Para hacer penetrar más íntimamente la convicción de esta verdad, añádanse las prácticas sinceras de la religión, la frecuencia de los Sacramentos y la insistencia del educador; y es seguro que, con la ayuda del Señor, se conseguirá más fácilmente que vuelvan a ser buenos cristianos hasta los más endurecidos. Por otro lado, cuando los muchachos llegan a persuadirse de que quien les dirige desea sinceramente su verdadero bien, basta muchas veces, como eficaz remedio para los recalcitrantes, ((**It7.763**)) mostrar un aspecto más reservado, que les manifieste el disgusto interno de ver mal correspondidos sus paternales cuidados. Crea asimismo, mi querido señor, que este sistema es quizá más fácil, (**Es7.649**))
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