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beneficios que tan abundantemente nos ha otorgado;
cuando, finalmente, con el resorte de la razón se
hayan persuadido de que la verdadera gratitud al
Señor debe manifestarse cumpliendo su querer,
respetando sus mandamientos, especialmente los que
inculcan la observancia de nuestros recíprocos
deberes, crea ciertamente que gran parte del
trabajo educativo ya se ha cumplido. La religión
en este sistema hace el oficio del freno colocado
en la boca del fogoso corcel, que ((**It7.762**)) lo
domina y gobierna; la razón hace de brida que
oprime las fauces y produce el efecto que se
pretende conseguir. Religión auténtica, religión
sincera que gobierne los actos de la juventud,
razón que rectamente aplique los santos dictámenes
como norma de todas sus obras, he aquí sintetizado
en dos palabras el sistema que yo empleo, cuyo
gran secreto desea usted conocer.
A continuación Bodrato, tras una breve
reflexión, respondió sonriendo a su vez:
-Reverendo señor, con el símil del hábil
domador de los jóvenes potros, usted me hablaba
del freno de la religión y del buen uso de la
razón para dirigir todas las acciones. Esto va muy
bien; pero me parece que me ha silenciado un
tercer medio, que siempre acompaña al oficio del
domador de caballos y, quiero decir, el
inseparable látigo que es como el tercer elemento
de su éxito.
Ante la observación del maestro Bodrato, agregó
don Bosco:
-Querido amigo, me permito indicarle que, en mi
sistema, el látigo, que usted dice indispensable,
o sea la amenaza saludable de futuros castigos, no
está totalmente excluido; piense que son muchos y
terribles los castigos con que amenaza la religión
a los que, no teniendo en cuenta los preceptos del
Señor, se atreven a despreciar los mandamientos;
amenazas severas y terribles que, recordadas con
frecuencia, no dejarán de producir su efecto,
tanto más justo cuanto que no se limita a los
actos externos, sino que castiga también los más
ocultos y los pensamientos más secretos. Para
hacer penetrar más íntimamente la convicción de
esta verdad, añádanse las prácticas sinceras de la
religión, la frecuencia de los Sacramentos y la
insistencia del educador; y es seguro que, con la
ayuda del Señor, se conseguirá más fácilmente que
vuelvan a ser buenos cristianos hasta los más
endurecidos. Por otro lado, cuando los muchachos
llegan a persuadirse de que quien les dirige desea
sinceramente su verdadero bien, basta muchas
veces, como eficaz remedio para los
recalcitrantes, ((**It7.763**)) mostrar
un aspecto más reservado, que les manifieste el
disgusto interno de ver mal correspondidos sus
paternales cuidados. Crea asimismo, mi querido
señor, que este sistema es quizá más fácil,
(**Es7.649**))
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