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precedidos de la banda. Se reunió una ingente
muchedumbre y don Bosco, invitado por el Canónigo,
pronunció un sermoncito y se impartió solemnemente
la bendición con el Santísimo Sacramento.
Caía ya el sol cuando don Bosco agradeció al
canónigo Alimonda su hospitalidad y se despidió
con los suyos, porque aún había que hacer dos
buenas horas de camino entre colinas. Don Bosco
montó un hermoso caballo blanco de don Domingo
Pestarino y algún cantor, flojo de piernas, montó
a horcajadas sobre un borrico.
El canónigo Alimonda, no obstante, que deseaba
ver de nuevo a don Bosco, alcanzó a don Juan
Cagliero, que caminaba con los últimos, y subió
hasta el Santuario de la Virgen de la Guardia de
Gavi intentando encontrarse con él; pero ya no le
vio. Determinó entonces desandar el camino y dijo
a don Juan Cagliero:
-íAh, he de ver todavía a ese hombre
providencial! íSólo las montañas no se encuentran
en este mundo!
A media milla de Mornese se encontraron con
muchos jovencitos del pueblo, vestidos de fiesta,
que aguardaban a don Bosco. Era ya anochecido
cuando don Bosco se apeó del caballo. Todo el
pueblo salía a su encuentro precedido por el cura
párroco, reverendo Valle, y don Domingo Pestarino,
que se había adelantado a la comitiva. Repicaban
las campanas, disparaban los morteretes sus salvas
y había iluminación general. La gente salía de sus
casas con luces y candelas encendidas. La banda
lanzaba al aire sus armonías. Todos se
arrodillaban al paso de don Bosco, le pedían la
bendición y se santiguaban. Con él entraron en la
parroquia: se dio la bendición con el Santísimo,
((**It7.760**)) se
rezaron las oraciones de la noche, y, después de
cenar, a descansar.
Los muchachos se alojaron en los cobertizos de
una casa de campo, arreglados dentro de un patio
cerrado, que debían servirles de dormitorio,
comedor y lugar de recreo.
El sábado, 8 de octubre, don Bosco celebró la
santa misa
inmediatamente después del toque del Ave María.
Todas las mañanas estaba la iglesia abarrotada
como si fuese un día festivo. Los muchachos no
pudieron acercársele, porque en cuanto entró en la
sacristía, se vio rodeado de un gran grupo de
hombres, y tuvo que estar confesando hasta después
de las diez.
Cuando terminó, don Domingo Pestarino le
presentó un numeroso grupo de niñas y mozas del
pueblo, conducidas a la piedad y asistidas por la
Congregación de las Hijas de María Inmaculada. Ya
hemos hablado anteriormente de esta institución,
fundada por la maestra Maccagno. Ella estaba
presente con sus compañeras más
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