((**Es7.644**)
corría formando pequeños lagos y penetrando en
cuevas, de cuya bóveda pendían enormes
estalactitas. En lugares elegidos con verdadero
gusto artístico se admiraba un arco triunfal, un
castillo medieval, un obelisco, una capilla
gótica, una torre demolida, una pagoda china, un
quiosco moruno y otros monumentos.
Los muchachos estaban entusiasmados ante aquel
espectáculo. Finalmente atravesaron en barca un
lago, en medio del cual surgía una bóveda de
mármol blanquísimo, bajo la cual, sostenida por
columnas, se alzaba una estatua de la Virgen
María. Bajaron a tierra, frente al Templo de
Flora, linda construcción octogonal, que se
levanta sobre un promontorio cubierto de flores
entre estatuas y bosquecillos.
En este pabellón solían los visitantes poner su
firma. Allí dentro, el centenar de muchachos se
reflejaba y centuplicaba en los espejos que
cubrían todas las paredes, de forma que parecía
como si un gran ejército rodease la sala. Era un
espectáculo verdaderamente sorprendente:
-Mire, dijo el marqués Ignacio a don Bosco, de
quien no se había separado un momento; mire
cuántos muchachos tiene.
-íAh, exclamó don Bosco, mis muchachos son
infinitamente más!
Luego, a su invitación, tomó la pluma y firmó
con la siguiente máxima: <>
Los jóvenes se dispersaron un rato, pero
enseguida un criado los volvió a reunir para que
se dirigieran hacia un copudo árbol de grueso
tronco, que estaba allí cerca. Corrieron los
muchachos ((**It7.757**)) y, con
grata sorpresa, vieron sobre unas mesas pan,
diversos manjares, frutas y botellas de vinos
generosos. El marqués Ignacio, que les aguardaba
con don Bosco, hizo que se sentaran sobre la
hierba, y quiso servirles él mismo distribuyendo
la merienda, satisfecho de su sincera alegría.
Una vez concluida, tocó la banda unas piezas de
música y luego fueron a la capilla de la quinta,
donde los músicos cantaron el Tantum ergo, y se
dio la bendición con el Santísimo Sacramento.
Se ponía ya el sol, y no había que perder el
tren. Hubiera querido don Bosco dar las gracias a
los guías, pero habían desaparecido, porque el
Marqués les había prohibido recibir propinas en
aquella ocasión. Despidióse del noble señor y de
la marquesa Durazzo, su hija, que acercándose le
dijo:
(**Es7.644**))
<Anterior: 7. 643><Siguiente: 7. 645>