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((**Es7.639**) Cagliero predicaba todas las tardes y pasaba largas horas en el confesonario. El primero de octubre, sábado, llegaba un segundo grupo de casi ochenta jóvenes, los cuales hicieron una breve parada en el seminario de Chieri, cuyo Rector, el canónigo Manuel Cavali…, les había preparado un piscolabis. Don Juan Cagliero y los compañeros les esperaban. Don Bosco, cansado de tanto hablar con los muchachos, se retiró a la habitación para leer la correspondencia. Aquella tarde escribió una carta al canónigo Vogliotti y, entre otras cosas, le informaba de que don Domingo Ruffino, destinado como director a Lanzo, se presentaría a los exámenes de moral para conseguir las licencias de confesor, y le indicaba quién habría podido darle explicaciones sobre el opúsculo impreso contra don José Ambrogio. El tipógrafo había olvidado, tal vez, presentarlo al censor eclesiástico. Tampoco faltaban observaciones sobre la materia del libro. A alguno le había parecido que hubiera sido mejor no preocuparse del tal Ambrogio, y abandonarlo al desprecio de la baja plebe, a la que se había mancomunado con su conducta; tanto más cuanto que los errores por él predicados no eran nuevos y ya habían sido combatidos victoriosamente mil veces por escritores católicos. Aquellos señores críticos temían acaso soportar algún fastidio con aquella publicación. Ilmo. y Revdmo. Señor: Don Domingo Ruffino se presentará al señor Vicario General para el examen previo antes del examen final. No sabía que se diese tal examen, pero don Domingo va de buena gana porque siempre tendrá normas de prudencia que aprender del señor Vicario General. Referente a las cuentas con el Seminario, estamos de acuerdo en cerrarlas y con ese fin he ido ya dos veces al Economato para que me diesen ((**It7.751**)) nota del último pago: siempre me la prometieron, pero nunca me la dieron. Apenas vuelva a Turín me ocuparé definitivamente de este asunto. Respecto a don José Ambrogio dije al caballero Oreglia que le diese las explicaciones deseadas, ya que la impresión se efectuó mientras yo estaba en San Ignacio. Pero, de todos modos, no manifieste temerle, pues él lo pone todo en desorden. No deje de presentar quejas a la Comisaría, anime a otros, si es el caso, a hacer lo mismo. Sería mejor todavía elevarlas al Ministerio de Gobernación. Pero no demos jamás razón de lo que hace o quiere hacer la autoridad eclesiástica. De los impresos es responsable el autor y, a falta del mismo, la tipografía. La autoridad eclesiástica responda, si es interrogada por la autoridad superior. De esta forma se quita de en medio todo pretexto de hostilidad. Ya he ordenado que se rectifique la fórmula de Revisión eclesiástica por la de Aprobación eclesiástica. (**Es7.639**))
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