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Cagliero predicaba todas las tardes y pasaba
largas horas en el confesonario.
El primero de octubre, sábado, llegaba un
segundo grupo de casi ochenta jóvenes, los cuales
hicieron una breve parada en el seminario de
Chieri, cuyo Rector, el canónigo Manuel Cavali…,
les había preparado un piscolabis. Don Juan
Cagliero y los compañeros les esperaban. Don
Bosco, cansado de tanto hablar con los muchachos,
se retiró a la habitación para leer la
correspondencia. Aquella tarde escribió una carta
al canónigo Vogliotti y, entre otras cosas, le
informaba de que don Domingo Ruffino, destinado
como director a Lanzo, se presentaría a los
exámenes de moral para conseguir las licencias de
confesor, y le indicaba quién habría podido darle
explicaciones sobre el opúsculo impreso contra don
José Ambrogio. El tipógrafo había olvidado, tal
vez, presentarlo al censor eclesiástico. Tampoco
faltaban observaciones sobre la materia del libro.
A alguno le había parecido que hubiera sido mejor
no preocuparse del tal Ambrogio, y abandonarlo al
desprecio de la baja plebe, a la que se había
mancomunado con su conducta; tanto más cuanto que
los errores por él predicados no eran nuevos y ya
habían sido combatidos victoriosamente mil veces
por escritores católicos. Aquellos señores
críticos temían acaso soportar algún fastidio con
aquella publicación.
Ilmo. y Revdmo. Señor:
Don Domingo Ruffino se presentará al señor
Vicario General para el examen previo antes del
examen final. No sabía que se diese tal examen,
pero don Domingo va de buena gana porque siempre
tendrá normas de prudencia que aprender del señor
Vicario General.
Referente a las cuentas con el Seminario,
estamos de acuerdo en cerrarlas y con ese fin he
ido ya dos veces al Economato para que me diesen
((**It7.751**)) nota
del último pago: siempre me la prometieron, pero
nunca me la dieron. Apenas vuelva a Turín me
ocuparé definitivamente de este asunto.
Respecto a don José Ambrogio dije al caballero
Oreglia que le diese las explicaciones deseadas,
ya que la impresión se efectuó mientras yo estaba
en San Ignacio. Pero, de todos modos, no
manifieste temerle, pues él lo pone todo en
desorden.
No deje de presentar quejas a la Comisaría,
anime a otros, si es el caso, a hacer lo mismo.
Sería mejor todavía elevarlas al Ministerio de
Gobernación. Pero no demos jamás razón de lo que
hace o quiere hacer la autoridad eclesiástica. De
los impresos es responsable el autor y, a falta
del mismo, la tipografía. La autoridad
eclesiástica responda, si es interrogada por la
autoridad superior.
De esta forma se quita de en medio todo
pretexto de hostilidad.
Ya he ordenado que se rectifique la fórmula de
Revisión eclesiástica por la de Aprobación
eclesiástica.
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