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exhortándoles a que los recomendasen con fe a la
bondad de la celestial patrona, la Virgen María.
El día 22 transcurrió tranquilo y también las
primeras horas de la noche; pero, a eso de las
nueve, se reunían en la plaza de San Carlos grupos
de alborotadores. Una gran multitud movida por la
curiosidad, les seguía. Una compañía de
infantería, con guardias y agentes de policía,
estaba alineada ante la Comisaría; un batallón del
17.° regimiento guarnecía la plaza por el lado de
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levante; en frente, al lado opuesto, estaba un
batallón del 66.° de infantería.
Hacia las nueve y media comenzaron los
manifestantes a lanzar piedras al interior del
portón de la Comisaría: dos soldados cayeron
gravemente heridos. Los guardias, sin toque de
trompetas, abrieron fuego contra el grupo de los
agresores, y unas balas hirieron al coronel y a
algunos soldados del 17.° de infantería. Cuando
los soldados vieron caer a sus compañeros,
creyeron que los disparos habían salido del pueblo
y dispararon. Pero también entonces, para colmo de
desgracias, ellos mismos causaron muertos y
heridos en la tropa que tenían en frente, la cual,
cayendo en el mismo error, descargó los fusiles
contra la gente apiñada.
La multitud se encontró en un instante entre el
fuego cruzado desde tres partes y buscó la
salvación en la fuga. Los sacerdotes, sin
preocuparse del peligro, corrieron a asistir a los
agonizantes y a levantar a los heridos.
Hubo veintiséis muertos y el total de heridos
registrados, según la estadística del Municipio,
fue de ciento ochenta y siete: los transportados
al propio domicilio y no registrados fueron
todavía más.
Casi todos estaban heridos por la espalda, no se
encontró a ninguno de los caídos provisto de
armas, la mayoría eran obreros jóvenes, algunos
niños y seis mujeres.
Exponemos estos hechos siguiendo la relación
compilada por el Consejero Casimiro Ara y
publicada a expensas del Municipio.
Los ciudadanos estaban exasperados. Por suerte,
un personaje pudo llegar hasta el Rey y exponerle
la verdadera situación de las cosas. El Rey
aterrorizado, temiendo cualquier estrago más
espantoso, invitó por dos veces a los Ministros a
presentar su dimisión: se negaron a ello diciendo
que no debían ceder a las violencias de la plebe,
y que solamente cambiarían de propósito ante una
orden expresa y formal del Rey; y entonces Víctor
Manuel les dió la orden de dimitir del cargo. Los
Ministros obedecieron.
El cambio de Ministerio, la prisión de los
agentes provocadores, que se habían colocado a la
cabeza de la manifestación, la presencia
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