((**Es7.622**)
días en los que no aguanto más. íAmado Jesús, qué
tiempos más tristes nos habéis reservado!
En verdad que la guerra sangrienta que agitó
durante tres siglos a la inmaculada esposa de
Cristo, puede considerarse como nada frente a la
que se le hace actualmente. íQué horrible
desconcierto en los corazones y en las mentes! Yo
tengo confianza, y hasta diría que me parece estar
seguro de que no transcurrirán muchos años, ni
quizás muchos meses, sin que, al menos
exteriormente, las cosas vuelvan a los caminos del
orden; pero esto es demasiado poco, si no se
enderezan las cabezas; y en las cabezas hay tal
veneno de principios morales, sociales y
religiosos, que la mayor parte están viciadas
hasta los tuétanos, de forma que se necesitará un
verdadero milagro, de aquéllos que el Angélico
llamaría ratione sui (por sí mismos) para que se
rectificaran en pocos lustros.
No puedo decirle, querido don Juan, cuánto
sufro hasta físicamente; pero me despabila y
presta vigor el deseo que siento de cumplir lo
mejor que pueda los múltiples y espinosos cargos
que han puesto los Superiores sobre mis hombros.
Pero, a decir verdad, no todo son amarguras,
porque nuestra buena Madre María y su amado Hijo,
en medio de las fatigas, nos proporcionan también
grandes consuelos.
Le estoy entreteniendo demasiado con esta larga
charla. Vengamos pues a nosotros. Sepa, mi querido
don Bosco, que estuvo y está usted frecuentemente
en mi memoria, y que muchas veces en este tiempo,
aunque indignamente, he rezado por usted. Rece
usted también por mí...
No me atrevo a pedirle unas líneas, pero
imagínese de cuánto gozo serían para mí.
Que Dios le bendiga a usted y sus trabajos y se
los recompense siempre con el más feliz éxito.
Su seguro
servidor en Jesús y María
JOSE APOLLONIO, Sacerdote.
Concepto semejante al de don José Apollonio,
era el que tenía de don Bosco el canónigo Lorenzo
Gastaldi. En este mes de septiembre se había
retirado a la Casa de los Señores de la Misión,
para hacer los ejercicios espirituales. Con el
mismo fin se hallaba con él ((**It7.731**)) don
Francisco Giacomelli, quien nos contó:
<<-Una tarde el Canónigo, que conocía mucho el
Oratorio, que lo frecuentaba, que predicaba y
confesaba allí, dialogando conmigo sobre las obras
de don Bosco, le aplaudía y aprobaba, y decía de
él muchas cosas lindas. Terminó aplicándole lo que
la Sagrada Escritura afirma de David: Et Dominus
erat cum illo. (Y el Señor estaba con él).
>>Los ejercicios acabaron un día antes de lo
establecido, porque don José Ambrogio, con
blasfemias y escondido entre la plebe, estuvo
armando alboroto durante más de una hora ante la
puerta de la Residencia de los Lazaristas>>.
Este emisario de la herejía y de las sectas ya
había realizado semejantes asquerosas escenas
contra otros institutos religiosos, y seguía
vomitando, por las plazas y ante las iglesias,
impiedad y necias
(**Es7.622**))
<Anterior: 7. 621><Siguiente: 7. 623>