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>>Era acaso como la nubecilla del Carmelo en
tiempos de Elías?
>>-Bien, ((**It7.727**)) le
respondió don Bosco, déme la estola.
>>Algunos de los muchos hombres, que estaban en
la sacristía, le rodearon y le preguntaron:
>>-Y si no llueve?
>>-Es señal de que no lo merecemos, respondió
don Bosco>>.
Acabado el Magnificat, subió lentamente al
púlpito, diciendo en su corazón a María:
-No es mi honor el que peligra en este
instante, sino el vuestro.
Qué dirán los difamadores de vuestro nombre,
cuando vean deshechas las esperanzas de estos
cristianos que han hecho todo lo mejor para
agradaros?
Apareció don Bosco en el púlpito. Una densa
muchedumbre, que ocupaba hasta los rincones de la
iglesia, clavó los ojos en él. Rezó el Ave María y
le pareció que la luz del sol se había oscurecido
ligeramente. Comenzó el exordio, dijo las primeras
frases y se oyó el prolongado rumor de un trueno.
Un murmullo de alegría corrió por toda la iglesia.
Don Bosco suspendió un instante la plática,
víctima de la más viva conmoción.
Se sucedían los truenos y una lluvia torrencial
y persistente golpeaba contra las cristaleras.
Imaginad las elocuentes palabras que salieron
del corazón de don Bosco, mientras se
desencadenaba la lluvia; fue un himno de acción de
gracias a María y de alivio y alabanza para sus
devotos. Y el auditorio lloraba.
Después de la bendición, la gente se quedó
todavía en la iglesia y bajo el gran atrio
exterior, porque la lluvia seguía sin cesar. Todos
reconocían el milagro. Pero en el pueblo de Grana
cayó una granizada tan espantosa que arrasó las
cosechas y, cosa digna de memoria, fuera de los
límites de este ayuntamiento no cayó ni siquiera
una piedrecita de granizo en ningún pueblo
colindante.
Nuevamente nos expusieron el hecho, unos meses
después del suceso, el Vicepárroco reverendo
Marchisio, y otros testigos.
Don Bosco regresaba al Oratorio para asistir a
los últimos momentos del clérigo José Morielli, de
Prasco, joven de grandes virtudes y miembro de la
Pía Sociedad. Moría el ((**It7.728**)) 21 de
agosto a la edad de veinticuatro años: Siempre
alegre y contento, había edificado a los
compañeros con sus virtudes y admirado con la
mortificación de sus sentidos y la práctica de la
humildad. Sobresalía brillantemente en los
estudios y le gustaba asistir a los aprendices. El
primer síntoma de la enfermedad fue la pérdida de
su tenaz memoria.
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