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las espaldas, eso de agarrarse tres o cuatro de
bracete y pasear así, arriba y abajo,
descaradamente, eso de saltar sobre los lomos, eso
de echarse por tierra, es algo mal hecho y
contrario a la buena educación y la buena crianza.
El demonio es aprendiz y maestro; aprendiz por
la experiencia que tiene desde hace muchos siglos,
y maestro por su refinada malicia, y él se sirve
de esto para arrastrarnos al mal. Como aprendiz,
sabe los males que siguen a estas maneras
vulgares: ha visto millares de casos; como
maestro, pone malicia donde no la hay. Así, de un
gesto que parecía una simple inconveniencia viene
un peligro, del peligro la tentación y de la
tentación la caída. Uno cae y se arruina. No sigo
con este razonamiento; creed en mi palabra, más
aún, en la de los santos y en la de todos los
educadores.
Acaso alguno piense: y don Bosco...? Ya dije
que hay algunos casos en los que ciertas reservas
no serían a propósito, por ejemplo cuando hay
utilidad o necesidad. Ahora vengamos a mi caso. Si
yo no hiciese alguna vez una caricia a uno, no
diese la mano a otro, si no pusiese la mano sobre
la cabeza de un tercero, no tendría modo para
manifestar a ese tal mi benevolencia. Se
presentaría después otro que se ofendería,
quedaría mortificado al acercarse a mí. Diría:
-Quién sabe por qué don Bosco ya no me aprecia?
Habré cometido alguna falta?
Mirad, lo que es inconveniencia en otros, tal
vez es para mí una necesidad y una ventaja.
Todavía hay otro motivo que me obliga a
comportarme así. Muchas veces algunos huyen de mí
como el diablo de la cruz. Entonces, si por
desgracia, o mejor, por suerte, encuentro a uno
subiendo las escaleras, le tomo por la mano, se la
estrecho, le digo una palabra, y muchas veces
basta esto para que aquel individuo cambie de
criterio y de manera de vivir. Si, por el
contrario, él me saluda a una prudente distancia,
y yo le devuelvo simplemente el saludo, el amigo
que está en guardia, sospechoso y contrariado de
aquel encuentro, se me escapa y no puedo decirle
nada. Si, en cambio le tengo agarrado de la mano,
que haga la prueba de escaparse. Lo que digo de
mí, lo digo de todos los sacerdotes... superiores
de la casa.
Habéis comprendido?... Quién sabe si pondréis
en práctica mi aviso?... Veremos... Yo lo
espero... Buenas noches, mis queridos amigos.
Los cuidados que don Bosco tenía con los
muchachos andaban a la par con su diligencia para
sostener las Lecturas Católicas y ganar
suscripciones. El conseguía su fin preservando a
los católicos de la peste herética. Don Segundo
Golzio le escribía desde Pinerolo el 6 de agosto,
pidiendo que le mandasen, como ((**It7.723**)) en
tiempo pasado, sesenta y seis ejemplares mensuales
de aquellas Lecturas para sus asociados. La
aceptación que en aquel pueblo tenían sus
opúsculos le proporcionaba gran consuelo, ya que
Pinerolo estaba situado en la boca de los Valles
de los misioneros Valdenses.
Y la imprenta los preparaba con presteza.
Tenía a punto para septiembre y octubre: La
Vida de San Atanasio el Grande, Obispo de
Alejandría y Doctor de la Iglesia, narrada al
pueblo por el sacerdote José Re. Este pequeño
volumen
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