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quedarse ciega y no poder volver a ver a sus
hijos, que se encuentran lejos de casa>>.
Otro alumno: <>.
Resulta graciosa la petición de un estudiante
de primer curso: <>.
Don Bosco rezaba, bendecía y parecía seguir con
su mirada, aun de lejos, a algunos de sus
muchachos. Uno de éstos, con el permiso de don
Víctor Alasonatti, ya que don Bosco se hallaba
ausente, fue a pasar unos días de vacaciones con
unos parientes. Mas allí le tendieron un lazo, que
al principio no advirtió el pobrecito. Un día muy
caluroso, ((**It7.720**))
dormitaba al pie de un árbol y de pronto le
despertó un fuerte ruido que retumbaba como si
fuera un trueno. En aquel momento advirtió que le
tendían asechanzas a su virtud, y, sin más,
regresó al Oratorio.
Habiendo entre tanto regresado don Bosco a
casa, había preguntado enseguida dónde estaba
aquel muchacho, y se le veía tan agitado e
impaciente que causaba admiración.
El jovencito se presentó a don Bosco apenas
llegó. Este se serenó, le miró con aquella su
mirada singular y penetrante, y exclamó:
-íHola, muy bien!
-íAh, don Bosco! Si usted supiese...
-Lo sé todo, respondió don Bosco, y he rezado
por ti.
Este alumno estuvo siempre persuadido de que
don Bosco había visto su peligro por inspiración
sobrenatural. Y actualmente ya anciano, doctor en
letras, sacerdote, religioso, nos contó muchas
veces el hecho con todas las circunstancias que
hemos señalado. El es uno de aquéllos, cuyo
hermoso porvenir vio don Bosco en el sueño de la
rueda.
A principios de agosto entraban en el Oratorio
los alumnos nuevos que se preparaban para las
clases de bachillerato. Cada año pasaban éstos del
centenar. Había que informarles sobre el
reglamento de la Casa, acostumbrarles a la
obediencia, a una compostura más decorosa, y
orientarles en la vida de cristiana piedad. Era
esta una ocupación que don Bosco cumplía
hablándoles con frecuencia por la noche. Tenemos
dos de estas charlas de agosto, que nos conservó
don Domingo Ruffino.
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