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Repetía ciertamente las palabras proferidas por
don Bosco en el momento de la sagrada ceremonia.
Aquí hacemos una digresión, advirtiendo cómo
don Bosco se interesaba por las Religiosas del
Refugio, y además por otras hermanas que se
dedicaban a la salvación y educación de la
juventud femenina.
Don Bosco había dispuesto que uno de sus
sacerdotes fuese a celebrar diariamente la santa
misa en el Instituto de San Pedro, donde por
entonces eran internadas las pobres muchachas
recién salidas de la cárcel. Esta obra, fundada
por don Pedro Merla, a quien habíamos visto
atender a los muchachos del Oratorio en 1846,
tenía como Director al ((**It7.719**)) teólogo
Vola. Prestaban su ayuda algunas Hermanas de San
Vicente del Cottolengo.
Del mismo modo atendía a las religiosas del
Buen Pastor, privadas de Capellán por una
detestable deliberación de la Comisión de la Obra
Pía; las proveía diariamente de la santa misa; de
dos misas los domingos y de confesor para las
muchachas allí internadas o encerradas y
vigiladas; y también de clérigos para el servicio
de las funciones religiosas.
Y ahora volvamos a los muchachos.
Además de las cartas de los de fuera de casa,
don Bosco recibía las de muchos de sus alumnos,
que estaban de vacaciones en aquel mes, a las que
no dejaba de responder. En ellas preguntaban,
pedían consejo, describían cómo pasaban sus días y
le hacían encomiendas en nombre del párroco, de
los padres, de los bienhechores y de otras
personas que querían ser recomendadas al siervo de
Dios. En una de ellas se lee:
<>.
Un joven escribe: <(**Es7.612**))
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