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olvidaba a sus muchachos del Oratorio y les
escribía una carta contándoles las aventuras
vividas durante el viaje.
((**It7.701**)) Al
señor abogado Arró, si tiene a bien leérsela a
todos los estudiantes y aprendices reunidos.
A mis queridos amigos del Oratorio de San
Francisco de Sales:
Convencido de que os gustará que os escriba
algo divertido, he pensado contaros algún detalle
de mi viaje de Turín a San Ignacio, donde gracias
a Dios me encuentro al presente.
El lunes, 18 del corriente, a las cuatro, fui
al coche para partir; como mi estómago sufre algún
tanto dentro del ómnibus, yo había reservado
puesto en la imperial o sea, sobre la cubierta del
ómnibus. Pero mi plaza estaba ocupada por otro.
Qué hacer? El señor abogado Arró reclamó mis
derechos, mas no obtuvo resultado. Finalmente, un
individuo que estaba sentado en la imperial con
aire serio me dirigió unas palabras que
generosamente decían:
-íEa! Yo estoy dispuesto a cambiar mi puesto;
no por gusto, que no lo haría; sino por una
gratificación.
Yo le dije:
-Si el dinero arregla las cosas, le contentaré.
Baje, pues; tenga una moneda que le gustará.
Y así fue.
Sentado en mi puesto, tomé un poco el sol,
luego el aire y el polvo; y, mientras contaba a
los viajeros que, dos años antes, en aquel mismo
día había disfrutado de un tremendo temporal desde
Caselle a Lanzo, he aquí que en un instante se
nubló el cielo, tronó, relampagueó y comenzó a
llover precisamente en el pueblo de Caselle. De
los ocho que íbamos en la baca, sólo yo tenía
paraguas, de modo que todos amigablemente se
apretaron junto a mí; como hacéis vosotros, mis
amigos, cuando nos encontramos juntos en recreo, o
tengo algún regalito que ofreceros. Pero, si antes
estábamos animados para charlar, mucho más lo
estuvimos entonces al vernos obligados a estar
pegaditos uno a otro.
Dos eran médicos, otros dos abogados, uno
literato y había dos más. Nuestra conversación
giraba en torno a la historia de Egipto, Persia,
Grecia e Italia, pero ellos siempre atacaban a don
Bosco contra la Historia Sagrada. Claro que,
hablando sinceramente, cuando los puse a prueba me
persuadí de que sabían muchos disparates pero no
sabían historia; por eso, después de algunos
gritos, tuvieron que batirse en retirada.
Entramos entonces en cuestiones de filosofía y
teología; querían sostener el panteísmo de
Spinoza, el dualismo de Manes, etc., etc... pero
tuvieron que desistir muy pronto de sus
argumentaciones; entonces se pusieron a gritar y
vociferar tan fuerte contra la existencia de Dios,
que me pareció mejor dejarles desahogarse para
poder responderles. Cuando se calmaron un poco, a
modo de broma, les conté el cuento de la gallina y
el gallinero y después les pregunté:
-Qué le parece a usted?, pregunté a un médico;
qué se hizo antes el huevo o la gallina?
-Ciertamente primero la gallina, que después
puso el huevo.
((**It7.702**)) -De
dónde nació la gallina?
-Del huevo...
-Quién hizo, pues, el primer huevo del que
nació la gallina?
(**Es7.593**))
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