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Se trataba ahora de abrirlo de nuevo. El
dignísimo Vicario de Lanzo, teólogo Federico
Albert, santo apóstol de aquellos valles y de todo
el Piamonte, pensó inmediatamente en don Bosco.
Veía él con gran pena que la juventud se alejaba
cada vez más del templo y advertía que el único
medio para enraizar sus corazones en la fe, era
proveerles de una instrucción religiosa, por la
que se vieran obligados a asistir. El catecismo en
la escuela y en la iglesia del colegio en los días
festivos, les estimularía a acercarse a los
sacramentos. Por eso él había visitado muchas
veces el Oratorio y había tratado de este
importantísimo asunto. A sus reiteradas súplicas
se habían unido los ruegos del padre Arró y al fin
se obtuvo de don Bosco la promesa de que se haría
cargo de aquel asunto. Al mismo tiempo el vicario
Albert trataba con el Municipio, el cual
condescendió a examinar las condiciones del
proyecto.
Tras prolongadas discusiones, se aprobó lo
principal y se formuló un convenio entre ambas
partes, cuyos artículos más importantes
presentamos, referentes a la juventud de la
población:
El Municipio se compromete a pagar a don Bosco
anualmente la cantidad de tres mil liras por las
escuelas elementales y de bachillerato, hasta los
dos cursos de retórica inclusive; más otras cien
liras para la adquisición de los premios anuales.
Le otorga el uso del mencionado local del colegio
con sus habitaciones, capilla, patios y jardines
anexos para uso de las escuelas. Se obliga a todas
las reparaciones necesarias para el uso y
conservación del edificio y sus locales. No podrá
despedir a don Bosco sin previo aviso de cinco
años. Todos los gastos de instalación correrán a
cargo de don Bosco. El Ayuntamiento ((**It7.693**)) hará un
préstamo de doce mil liras a don Bosco, el cual
ofrecerá la conveniente garantía. Don Bosco
proveerá tres maestros para los grados
elementales, dotados del respectivo título, y
profesores idóneos para los cinco cursos de
bachillerato. Los alumnos de los cursos de
bachillerato pagarán una cuota, salvo los de
Lanzo, reconocidos como pobres por la Junta. Los
alumnos de los grados elementales, no
pertenecientes al Municipio, pagarán también una
cuota. Las escuelas se inaugurarán al principio
del curso escolar 1864-1865.
El importe de la cuota se reducía a poco, dada
la escasez de estudiantes de bachillerato en la
población; el préstamo resultaba una carga, y la
suma fijada por el Municipio no era suficiente
para el mantenimiento de profesores, maestros y
personal restante.
La provisión de muebles para un local falto de
todo suponía, como en Mirabello, un gasto elevado.
Pero don Bosco lo sacrificó
(**Es7.586**))
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