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que al enfermo que cambiara de médico a cada
visita. Difícilmente podría éste conocer el mal
que aqueja al enfermo, y dudaría, por lo tanto, al
prescribir los remedios oportunos.
Y, si por casualidad, este librito fuere leído
por quien está destinado por la divina Providencia
a la educación de la juventud, le recomendaría
encarecidamente en el Señor tres cosas. Inculquen,
en primer lugar, con celo la frecuente confesión,
como apoyo de la inestable edad juvenil, brindando
todos los medios que pueden facilitar la asiduidad
a este sacramento. Insistan, en segundo lugar, en
la gran utilidad de elegir un confesor estable,
que no ha de cambiarse sin necesidad; pero haya,
por otra parte, disponibilidad de confesores para
que cada uno pueda elegir a quien le parezca más
apropiado para el bien de su alma. Tengan siempre
presente que quien cambia de confesor no obra mal,
y que es mejor cambiarlo mil veces antes que
callar un pecado.
No dejen, en tercer término, de recordar
frecuentemente el gran sigilo de la confesión.
Digan explícitamente que el confesor está obligado
por secreto natural, eclesiástico, divino y
profesional, en virtud del cual, por ningún
motivo, aun a costa de cualquier mal, hasta de la
misma muerte, puede ((**It7.687**))
manifestar a nadie cosas oídas en confesión, o
servirse de ellas; que ni siquiera puede pensar en
las cosas conocidas en este sacramento; que el
confesor no se sorprende ni disminuye afecto a
nadie por graves que sean las cosas que oye en
confesión y que, por el contrario, aumenta su
afecto por el penitente.
Así como el médico, cuando descubre toda la
gravedad del mal, se alegra en su corazón porque
puede aplicarle entonces el remedio oportuno, así
también pasa con el confesor, médico de nuestra
alma, que en nombre de Dios, al impartirnos la
absolución, sana todas las llagas del alma.
Estoy convencido de que, si se recomiendan y
explican debidamente estas cosas, serán grandes
los resultados morales que se obtendrán entre los
jovencitos y se comprobará con los hechos qué
elemento maravilloso de moralidad posee la
religión católica en el sacramento de la
penitencia.
La vida de este admirable jovencito fue
recibida con entusiasmo por los asociados a las
Lecturas Católicas y al igual que las de Comollo,
Savio, Magone, puesta en venta por poco dinero,
fue arrebatada de las manos. Don Bosco se
interesaba con toda su alma por los opúsculos
dirigidos a la juventud. Escribió don Domingo
Ruffino:
<>.
Mientras estaba don Bosco para concluir este su
trabajo recibía dos circulares del Delegado
Provincial de estudios. He aquí la primera.
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