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<((**It7.682**))
>>Añadió más:
>>-En todos los que secundan los planes de Dios
se distinguen grandes rasgos de semejanza con los
santos de quienes llevan el nombre; lo que
demuestra una especial bendición de aquel Santo.
Por eso exhorto a cada uno de vosotros a ganaros
esta bendición y, a amar y suplicar a vuestro
santo patrón y protector, y estudiarlo para
encarnar en vosotros sus virtudes>>.
Con el acostumbrado entusiasmo se celebró en el
Oratorio el día onomástico del bienhechor y padre
de tantos jovencitos. El 25 de junio por la noche
hablaba él de este modo a la comunidad:
Un hecho acaecido este año en Turín, durante el
mes de marzo, nos demuestra lo vanas que son las
cosas del mundo. Una señora tenía un hijo que era
su encanto, su tesoro. Se acercaba ya a los
veintiocho años, gozaba de buena presencia, se
dedicaba con ilusión a los estudios y era
aficionado a practicar el bien. Pero al hacerlo,
no se preocupaba más que de la recompensa de los
hombres. Por esto deseaba ardientemente verse
condecorado con la cruz de san Mauricio y san
Lázaro, y a fuerza de ruegos y de influencias, le
fue concedida. Escribió entonces rápidamente a su
madre, la cual ansiaba ver a su hijo titulado
caballero, dándole la fausta noticia. La madre,
que residía en un pueblo de la provincia, mientras
él pasaba el invierno en Turín, acudió al momento
a la capital para participar de la alegría de su
hijo en la feliz circunstancia de ser condecorado.
Mas las cosas tomaron otro rumbo. El lunes santo
debía llegar el decreto de concesión, y tres días
antes la pobre madre moría víctima de un ataque
apoplético. Presentaron al hijo el suspirado
título, y no tuvo tiempo ni para proveerse de la
condecoración; porque pocos días después, una
pulmonía cortaba sus días: Sic transit gloria
mundi (Así pasa la gloria del mundo).
27 de junio.
Querría poder hablaros todas las noches para
daros algún aviso que os ayude, no sólo durante el
tiempo que estáis en el Oratorio, sino para la
temporada de las vacaciones. Vino una vez desde
lejos una persona para hablar con don José Cafasso
y preguntarle cómo debería hacer para vencer las
propias pasiones. Don José Cafasso no le dijo más
que una palabra: mortificarlas. Fue suficiente
para que aquel hombre se marchara contento. Yo
quise, después, examinar prácticamente la fuerza
de este
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