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de san Luis de todas las vanidades del mundo.
Suplicadle, por tanto, que os libre de ellas y
levante vuestro corazón hacia las cosas del cielo.
Mirad, querría yo que hicierais como los
pajaritos, cuando van a salir del nido. Comienzan
por revolotear sobre el borde, luego agitan las
alitas, intentan elevarse un poquito y van
probando sus fuerzas. Así debéis obrar vosotros:
agitar un poco las alas para volar hacia el cielo.
No pretendo que subáis a la copa de un árbol y
después os dejéis caer al suelo; empezad por cosas
pequeñas y por las que son necesarias para la
salvación eterna.
Yo quiero que agitéis dos alas espirituales.
Cuáles son? Una es ésta: quieres alas de fervor? /
Sea la Virgen tu amor. / Un corazón fiel al cielo
/ te puede llevar hasta Ella...
íCuántas veces habéis cantado esta estrofa!
Pues bien, ésta es la primera ala.
La otra es la devoción a Jesús Sacramentado.
Con estas dos alas, es decir con estas dos
devociones, María y Jesús Sacramentado, estad
seguros de que no tardaréis en elevaros al cielo.
Advertid que los pájaros, cuando emprenden el
vuelo, no vuelan nunca hacia abajo sino hacia
arriba. Así tenéis que hacer vosotros; guardaos de
volar por la tierra con esas alas, esto es,
cuidaos de no practicar estas dos devociones con
fines mundanos, para alcanzar estima, para
contentar a los superiores, para ser vistos por
los compañeros. Ah, si yo pudiera infundir un poco
en vosotros este gran amor a María y a Jesús
Sacramentado, íqué dichoso sería! Fijaos, diré
((**It7.681**)) un
disparate, pero no importa. Estaría dispuesto,
para alcanzar esto, a restregar mi lengua por el
suelo desde aquí hasta Superga. Es un disparate,
pero yo estaría dispuesto a hacerlo. Mi lengua se
haría pedazos, mas eso no importa nada: yo tendría
así muchos jóvenes santos.
21 de junio.
Me urge recomendaros una cosa: que tratéis de
amaros mutuamente y que no despreciéis a nadie.
Por consiguiente, aceptad a todos sin excepción en
vuestra compañía y dejad con gusto que participen
en vuestros juegos. Lejos de vosotros toda suerte
de antipatía, carente de razón con algún
compañero. Tal vez porque carece de buenos
modales? Quizás porque no viste elegantemente? O
porque es de poco ingenio, de aspecto
desagradable, soso en el hablar? Pero acaso no
regala el Señor sus dones a quien quiere? Qué
culpa tiene el pobrecito, si Dios le ha dado menos
que a vosotros? Es una injusticia la vuestra. Con
frecuencia no se quiere aceptar a un compañero en
la conversación; si se aproxima a nosotros nos
vamos, y le dejamos allí plantado, sonrojándole;
si está solo, nadie se le acerca. Y esto es
caridad? Oídme: es un deber de muchachos, no sólo
bien educados sino cristianos, el recibir bien a
todos y ser corteses con ellos. Emplear buenos
modales y no alejarse cuando se acercan a
nosotros. Usar amabilidad y hacerlos partícipes de
nuestras conversaciones y diversiones. Sólo hago
una excepción y quiero que no la olvidéis. Digo
que recibáis bien a todos, pero vigilad si se
acerca un joven que sabéis está acostumbrado a
hablar mal y a querer induciros al pecado,
entonces apartaos de él, que hacéis bien. Y, si
está lejos de vosotros, dejadle solo. Con ése no
debéis emplear ninguna cortesía o atención, como
no estaríais obligados a tratar con un apestado.
He aquí, pues, el pensamiento que os dejo esta
noche. Atended bien y con amabilidad a todos,
salvo a los que sostienen malas conversaciones.
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