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muerte. De nada valieron los cuidados médicos,
dada la gravedad de la enfermedad y dado que no
había modo de hacer tomar absolutamente nada al
niño. Las cosas llegaron a tal extremo que creían
los mismos médicos que no le quedaban al chico más
que unas pocas horas de vida. Los padres, que nada
tenían en el mundo a quién querer más que a aquel
hijo, sin esperanza de salvarlo, se entregaron a
un llanto inconsolable. Cuando he aquí que una
idea iluminó la mente de su madre ciertamente
inspirada por la Virgen Santísima. Mujer de fe y
de piedad singular había leído la narración de los
prodigios de la imagen de María en las cercanías
de Spoleto, escrita por aquel ilustre Arzobispo,
que hace más de ocho meses está encerrado en la
cárcel, por odio a la religión. Ella pensó
enseguida que sólo la Virgen podría salvar la vida
de su amado hijito y, llena de fe, se acercó al
enfermo y le dijo:
-Promete a la Virgen de Spoleto, que, si te
otorga la curación, irás a visitarla en su
capillita.
Apenas había acabado el niño de repetir con
dificultad las palabras sugeridas por la madre,
cuando el agravarse del mal y perder el sentido
fue la misma cosa. Pero, en su continuo delirio no
hablaba más que de este viaje. Y ya pedía la ropa
para la partida, ya creía estar en camino, ya
divisaba el altar y veneraba la santa imagen. Mas,
de repente, callóse y quedóse inmóvil como un
muerto. Así lo creían todos; y he aquí que, como
si despertase de un profundo letargo, sonrió a los
presentes, movió los ojos llenos de vida y se
recuperó tan rápidamente que, en menos de dos
días, los médicos asombrados le vieron curado. Fue
luego llevado por los padres locos de alegría a
cumplir la promesa. María Auxilium Christianorum,
ora pro nobis.
El 21 de mayo ordenaba monseñor Balma de
sacerdotes, en la iglesia de los Paúles de Turín,
a don Carlos Ghivarello, don Juan Boggero, don
Juan Bonetti y don Juan B. Anfossi. El mismo día
recibía el presbiterado don Celestino Durando en
Mondoví, de manos de monseñor Ghilardi.
Entre tanto proseguían los trabajos de los
cimientos de la iglesia y María Auxiliadora
continuaba concediendo gracias a sus devotos. La
condesa Cravosio Anfossi escribía así a don Miguel
Rúa en 1891.
((**It7.668**)) El año
1864, después de varias contrariedades, sufrí una
fortísima hemorragia por la nariz, que se renovó
varias veces, pero la segunda parecía que se
hubiese roto una vena. Como no cesaba la pérdida
de sangre, me confesé en la cama. A fuerza de
remedios cesó el mal, pero al menor cambio de aire
o al más pequeño descuido, se renovaba la
hemorragia, que me ocasionaba un gran mal físico y
moral. Fui a ver a don Bosco y le rogué que me
diese la bendición de la Virgen. Don Bosco me
dijo:
-Y si, al cesar esta efusión, viniese otra
enfermedad?
-Don Bosco, le respondí; póngase usted de
acuerdo con la Virgen, porque, si me concede la
gracia, como espero, la hará completa.
Don Bosco entonces encendió dos velas; yo me
arrodillé y oía que el venerable Siervo de Dios,
decía oraciones en latín, rezaba para que la
Santísima Virgen me librase de todos los peligros
de la sangre. Llena de confianza en la bondad de
la Madre de Dios y en las oraciones de su
predilecto don Bosco, estaba segura de alcanzar
(**Es7.566**))
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