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La respuesta de don Bosco, con fecha del 20 de
abril, nos ofrece una idea pormenorizada del
Oratorio y de su organización. El director de
todas las clases elementales era don Domigo
Ruffino, de Giaveno, que poseía el título de
maestro elemental superior. Las escuelas
nocturnas, divididas en tres clases, con sus
propios maestros, contaban ciento cinco alumnos.
Las dominicales tenían cuatro clases, graduadas
según un progresivo período de instrucción, y
llegaban a ciento ochenta y cinco alumnos. La
escuela elemental diurna era una sola y se dividía
en dos secciones con noventa escolares, en una de
las cuales enseñaba Santiago Miglietti, de
Occhieppo.
Las clases nocturnas de música vocal, dirigidas
por el maestro don Juan Cagliero, de Castelnuovo
de Asti, eran cuatro, con ochenta y tres alumnos
y, las de canto gregoriano seis, con ciento
sesenta y un cantores.
La de música instrumental tenía treinta
alumnos; su maestro era Francisco Massa, de Turín,
miembro de la banda de la Guardia Nacional, y el
director José Buzzetti, de Carron Ghiringhello.
Don Bosco, después de haber complacido con su
acostumbrada cortesía, al asesor municipal, en los
primeros días de mayo tuvo que ausentarse por unos
días de Turín, mientras en el Oratorio se
celebraba el mes de María con la lectura del
acostumbrado librito, las florecillas y
jaculatorias de cada día. El santo rosario seguía
rezándose por la mañana, y por la tarde, a las
siete, se iba a la iglesia para la bendición.
Así leemos en la Crónica, la cual prosigue
contando lo que sucedió en el mes de mayo:
<((**It7.663**)) a casa,
comenzó don Bosco a hablar a los muchachos por la
noche, cuando las ocupaciones se lo permitían. He
aquí uno de sus discursitos.
Quién sabe, si todos hacéis bien el mes de
María? Si la Santísima Virgen hablase desde
aquella estatuita diría que muchos lo hacen bien,
son fervorosos y su número es enorme, muy superior
al de los menos amantes de esta buena Madre. Otros
hacen algo para honrarla, pero poco: un día arden
de fervor y otro son un témpano; lo mismo
practican una florecita, que descuidan sus
deberes; lo mismo rezan, que hablan y estorban en
la iglesia; querrían servir a dos señores. Hay
otros que no hacen nada bueno: no blasfeman porque
nadie les da motivo para enfadarse, no riñen
porque no saben con quién, no molestan en la
iglesia, pero tampoco rezan. Otros, finalmente van
más allá: no sólo hacen poco, o nada, sino que
obran mal. Si pueden escaparse de las prácticas de
piedad, lo hacen a gusto; si encuentran un
compañero de la misma ralea, no tardan en ponerse
enseguida a murmurar de los
(**Es7.562**))
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