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-Sí que lo soy, contestó Aiachini.
-Y también tú quieres ir al paraíso? Con gusto
te doy permiso.
Dicho esto, se volvió a Tomatis:
-También tú eres amigo de don Bosco? Nosotros
dos, todavía tenemos que comer juntos muchos
panecillos.
Después dijo a los tres:
-Y adónde ibais?
-A la iglesia a confesarnos, respondieron.
-Voy, pues, a la habitación a dejar el sombrero
y bajo enseguida.
Aiachini, después de los exámenes semestrales,
cayó enfermo y fue enviado a su pueblo natal para
recuperar la salud. Y he aquí que el último día de
marzo por la noche subió don Celestino Durando a
la tribuna y dijo:
-Ha fallecido un compañero vuestro, Aiachini.
Ha tenido una santa muerte.
Una carta había llevado a don Bosco la triste
noticia 1.
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Tomatis, apenado por la muerte del amigo, esperaba
la vuelta de Vicini, que no acababa de llegar. El,
en tanto, impelido por la Providencia, se disponía
sin saberlo a comer muchos panecillos con don
Bosco. Como no pensaba en hacerse sacerdote
consideraba inútil para él el estudio de la lengua
latina, y así mientras en los exámenes de todas
las asignaturas había obtenido las mejores
calificaciones, en latín había sacado suspenso. El
jesuita padre Tomatis, su tío, le reprendió y le
hizo comprender la importancia de saber latín para
cualquier género de profesión.
Entonces el muchacho, que tenía mucho talento y
memoria,
1 Ilmo. y Rvmo. Señor Don Bosco:
La muerte conduce mi mano temblorosa al
escribir estas líneas.
Pablo Antonio Aiachini, tan despabilado alumno
de su Oratorio, expiró ayer a las diez y media de
la noche en brazos del Señor, en Castelferro, a
donde había sido trasladado hace seis días para
ver si mejoraba su convalecencia con los aires del
pueblo. Pero aquí la fiebre tifoidea consumió
rápidamente a la pobre víctima. El Señor que le
dio vida se apresuró a arrancarlo de la malicia
humana y del amor y las esperanzas de padres y
parientes.
Cuántas veces decía el querido sobrino: -Si
hubiese sabido que me iba a ir no me hubiera
movido del Oratorio, para tener la satisfacción de
expirar bajo la mirada de don Bosco. iEs un santo!
Estas palabras, venerando hombre de Dios,
suavizan el acervo dolor que aflige mi corazón.
íAh! Ayude, buen sacerdote, el alma del
confiado muchacho y ofrezca por él el Santo
Sacrificio...
Y aquí hago punto, porque las lágrimas velan
mis ojos.
Su apenado servidor
P. JULIO AIACHINI
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