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clero infantil, cuya virtud ponderaba don Bosco
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poniéndola a la altura de la de Domingo Savio.
Pues bien, en este mismo día, 27 de marzo,
escribía don Domingo Ruffino en su crónica:
<>-Quieres ir al Paraíso?
>>-Iría con mucho gusto, contestó el jovencito.
>>-Pero antes, hay que hacer algo de
penitencia, agregó don Bosco; y luego irás.
>>Unos días después caía enfermo Pittaluga,
víctima de una ciática, enfermedad de la que no
había notado ningún síntoma anteriormente>>.
<>-Si me dejo llevar por mi presentimiento,
este muchacho no volverá al Oratorio. (Estaba en
vísperas de ir a su casa, en Tortona.) Parece que,
si supura la pierna, debiera curar enseguida;
pero, creo que no curará>>.
<>-Siravegna, pide al Señor que te conceda la
salud.
>>El joven, que se encontraba bien, respondía
siempre:
>>-íNo necesito esa gracia!
>>Pero, a poco, un mal le atacó de improviso y
le postró en cama>>.
El 29 de marzo regresaban al Oratorio los
alumnos que habían ido a su casa; pero dos de
ellos no comparecieron. También había previsto don
Bosco su fin. Don Domingo Tomatis, salesiano y hoy
misionero en Chile, era aquel año alumno del
Oratorio y muy amigo de dos condiscípulos suyos,
Francisco Vicini y Pablo Aiachini, ambos modelos
de virtud.
Un sábado por la tarde salieron los tres juntos
del estudio para ir a confesarse y se encontraron
con don Bosco que entraba en el Oratorio.
Don Bosco puso su mano sobre la cabeza de
Vicini y le preguntó:
-Eres amigo de don Bosco?
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-Imagine, don Bosco, si lo soy, respondió Vicini.
-Quieres ir al paraíso? Bueno, te doy permiso.
Luego puso la mano sobre la cabeza de Aiachini:
-Y tú, eres amigo de don Bosco?
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