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Roma, concedía a don Bosco el oportuno diploma,
que le facultaba para agregar a la Cofradía del
Sagrado Corazón de Jesús a los fieles de la
Iglesia Católica Romana en cualquier parte del
mundo y conferirles los bienes espirituales e
indulgencias de la Santa Sede Apostólica
concedidas a los socios.
Además de los trabajos por la Pía Sociedad,
tenía don Bosco los de las Lecturas Católicas. Aún
no estaba resuelta la cuestión de quién era el
verdadero propietario, porque el obispo de Ivrea y
el teólogo Valinotti no admitían las razones en
las que apoyaba don Bosco su derecho. El Obispo,
de buena fe, rechazaba abiertamente este derecho,
pero él, con su acostumbrada calma y sin
apresurarse, había intentado persuadirlo, resuelto
con todo a reivindicar para sí lo que realmente
era suyo.
Ya hemos dicho que en julio de 1862, don Bosco
había determinado, después de varias gestiones con
el Prelado, que se escogiese la tipografía del
Oratorio para imprimir las Lecturas Católias, sin
excluir de momento y por entero, al antiguo
tipógrafo, el cual ya había recibido de él algunos
originales. No faltaron reclamaciones, pero él
hizo callar a los descontentos, dejando que la
dirección siguiera todavía en manos de los
representantes del Obispo de Ivrea y que
continuase la oficina de la administración en la
calle de Santo Domingo, número 11, como hasta
entonces.
Durante dos años, la tipografía del Oratorio
había impreso los opúsculos y casi todos los
gastos habían corrido a cargo de don Bosco. El
mandaba las cuentas al teólogo Valinotti, el cual
respondía con frecuencia ((**It7.629**)) que no
había en caja las cantidades exigidas por haber
tenido que pagar una parte de la gran deuda
existente con los antiguos tipógrafos y con
aquéllos a quienes se les había pedido dinero
prestado. Por éstos y otros gastos accesorios, su
balance no arrojaba ningún activo.
Don Bosco aguantó pacientemente, hasta que José
Buzzetti pudo examinar sin prisas los libros de
contabilidad. Se encontró con que, durante los
primeros cuatro años, de 1853 a 1857, no se
entendía nada en cuanto a las entradas, mientras
se reconocía una gran deuda con el tipógrafo De
Agostini, por los opúsculos de dos años. De 1857 a
1864 las cuentas parecían más claras. Buzzetti
comunicó enseguida a don Bosco y también a don
Juan Cagliero los resultados de su investigación.
Aquellas irregularidades no podían atribuirse a
falta de escrúpulos de los empleados, sino en
parte, a negligencia o ineptitud y, en parte, a
diversas causas, que no corresponde investigar
aquí.
Cuando don Bosco se enteró del estado de las
cuentas y de que
(**Es7.533**))
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