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((**Es7.509**) I Había en Turín un maestro que debía educar a unos muchachos. Un día, yendo con ellos de paseo, se encontraron por el camino con un pastor que conducía ciertos animales a pastar. Uno de los muchachos miró atentamente a los animales y dijo a los compañeros: -Estos animales, al menos, no están obligados a ir a la escuela, a hacer todos los días las tareas y estudiar la lección. íAy de nosotros, si no cumpliésemos nuestro deber! La escuela es un aburrimiento. Y siguió con sus lamentaciones, como si aquellos animales fueran más afortunados que él. El que hablaba de este modo vive todavía, es ya un hombre, tuvo un cargo en Turín, pero sólo porque es rico; por lo demás, su cargo le hace cometer frecuentemente errores tan grandes que ha de avergonzarse de sí mismo, dando ocasión de risa a los demás. He querido contaros esta anécdota para haceros reír también a vosotros y haceros ver hasta qué punto conduce a un joven la repugnancia de someterse a un poco de disciplina que, por otra parte, le ayuda a adquirir una suma de conocimientos necesarios para cumplir los propios cargos en el estado a que el Señor le destina. Pero, entretanto, os pregunto: -Las palabras de aquel botarate no estarían bien a lo mejor en boca de alguno de nuestros muchachos? Es decir; íquién sabe si, entre los nuestros, no habrá alguno que se sujete de mala gana a la disciplina, que está a disgusto en el Oratorio! Espero que no; sé que a todos vosotros os gusta el orden y cumplir con vuestro deber. Mas, si lo hubiera, ese tal, merecería ser conducido a pastar, en vez de ir a clase. Emplead, pues, bien vuestro tiempo y así, a la hora de morir, tendréis una gran satisfacción y, mientras viváis, podréis llevar siempre la frente alta y ser apreciados por la sociedad. Dad gloria a Dios con vuestra conducta, consuelo a vuestros padres, a vuestros superiores. De otro modo, un joven gandul, indisciplinado, será un desgraciado, una carga para sus padres, un peso para sus superiores y para sí mismo. ((**It7.600**)) II Necesito que me deis un permiso, pero es preciso que me lo otorguéis todos desde el primero hasta el último; consiste en que me dejéis hacer de peluquero y cortaros el cabello a todos. El peluquero no es bastante hábil y necesitáis que os lo corte yo. Si no lo hiciese así, os crecerían tanto los cabellos que sería imposible cortarlos, porque, unidos entre sí formarían una cuerda con la que alguien podría lanzaros a un precipicio. Recordaréis lo que se lee en la historia: que los romanos quitaron las armas a los cartagineses, y como éstos no tenían cuerdas para poner a sus arcos, cortaron el cabello a sus mujeres, que lo tenían larguísimo, lo trenzaron e hicieron cuerdas. Ahora bien, yo no quiero que vuestros cabellos se conviertan en cuerdas. Vosotros me preguntaréis: -Qué quiere decir esto? -Mirad, santa Teresa dice que también el espíritu tiene sus cabellos, que, dejados crecer, se convierten en cuerda. Los cabellos del alma son los defectos que tiene cada uno. Son pequeños al principio, finos como un pelo; mas, si no se cortan cuando empiezan a despuntar, al poco tiempo se hacen tan gruesos y tan largos, que el demonio hace cuerdas con ellos para llevaros a la ruina. Estos defectos, estos vicios ahora pueden cortarse fácilmente; pero, si siguen adelante, se convierten en hábito, (**Es7.509**))
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