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Don Bosco, que ya había recibido la carta
comendaticia del Obispo de Acqui, esperaba la del
Vicario Capitular de Turín para su Pía Sociedad;
pero, hasta entonces, no había tenido más que una
promesa de palabra. Escribía, por tanto, al
canónigo Vogliotti, Rector del Seminario y
Provicario diocesano.
Ilustrísimo y Reverendísimo Señor:
Todavía en pie la promesa, que a V. S. Ilma. y
Rvdma. y a mí, se nos hizo, de enviar una carta
comendaticia en favor de la Sociedad de San
Francisco de Sales, me remito a su bondad para que
me obtenga del Señor Vicario General, satisfaga mi
deseo antes de que la muerte venga a romper mis
designios. Dado que fue el reinante Pío IX mismo,
quien me hizo el primer esbozo y me sugirió la Pía
Sociedad, creo que el reglamento será
benévolamente acogido por él. Si, por cualquier
razón, encontrase alguna dificultad ante el citado
señor Vicario General, le suplico respetuosamente
me lo comunique para mi norma; ya que deseo de
todo corazón ((**It7.590**)) que
este reglamento consiga alguna aprobación de un
modo u otro, es decir del Ordinario o del
Pontífice.
Con la mayor estima me cabe el honorde
profesarme.
De V.S. Ilma. y Rvdma.
Turín, 6 de enero, 1864.
Su seguro
servidor
JUAN BOSCO,
Pbro.
Tomaba a pechos llevar a término los trámites
porque crecía constantemente el número de jóvenes
que pretendían abrazar su institución y vestir la
sotana. En las Actas del Capítulo; consta que:
El 8 de enero de 1864 fueron admitidos en la
sociedad de San Francisco de Sales:Julio Barberis,
Miguel Bertinetti, Juan Bautista Bertocchio,
Guillermo Garelli, Alfonso Finocchio, Francisco
Lambruschini, Simón Lupotto, José Manassero,
Lorenzo Marengo, Francisco Paglia, Luis Rostagno y
Domingo Vota.
Entre tanto se cumplía la predicción hecha por
don Bosco el 29 de diciembre, después de la muerte
de Prete, con estas palabras:
-Ahora está por ver si, muerto uno, después de
diez o quince días, lo más antes de veinte, no
morirá otro.
Francisco Besucco, por amor a la penitencia,
dejó que aumentara el frío sin abrigarse
convenientemente en la cama y agarró una
congestión catarral de estómago. Comenzó su
enfermedad el 3 de enero y duró solamente siete
días, que fueron para él de ejercicios
espirituales y para los compañeros de ejemplo de
paciencia y cristiana resignación. El mal oprimía
su respiración y le ocasionaba agudo y continuo
dolor de cabeza. Pero todas las prescripciones de
los médicos y todos los cuidados no lograron
aliviarlo.
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