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En efecto, constituida una sociedad homogénea
de miembros ligados por un vínculo fácilmente
aceptable de común solidaridad, había ido poco a
poco añadiendo con su filial consentimiento lo que
requería su vida, su actividad y su necesidad. El
se había aproximado cada vez más a su ideal, pero
siempre con suma prudencia. No escribía un
artículo de sus Reglas sin antes haberlo
experimentado, pero a cada experimento seguía su
artículo. Estaba persuadido de que los artículos
escritos, sin haberlos probado antes, pueden
quedar en letra muerta, y hasta impedir las
pruebas que de otro modo se podrían hacer.
Esto se aprecia por las notas añadidas, las
modificaciones y también las variaciones de los
párrafos de las reglas antes de ir a Roma, y
después de haber conversado con el Sumo Pontífice
en 1858.
Una vez puestas las constituciones en manos de
Pío IX esperaba obtener en breve tiempo de la
Santa Sede el decreto general de aceptación, que
era el primer paso necesario para llegar después a
la aprobación definitiva. Pero los trámites
iniciados en Roma en 1858 se habían interrumpido
con la muerte del cardenal Gaude. Monseñor
Fransoni, después de leer el Reglamento del nuevo
instituto, y pese al parecer en contra de algún
examinador sinodal, lo había enviado de nuevo con
cartas de satisfacción a Turín, a su Vicario
General a fin de que lo examinase atentamente para
aprobarlo canónicamente después. Pero la divina
Providencia había llamado al venerando Arzobispo
del terrenal destierro a la patria de los
bienaventurados, y el Vicario Capitular, que le
sucedía en la administración de la diócesis,
caminaba despacio para dar su juicio.
La paciencia de don Bosco era admirable.
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Imperturbable e incansable marchaba con
constancia, como quien se sabe seguro en su
camino.
En agosto del año 1863, fueron enviadas por
segunda vez a Roma, dichas constituciones, pero se
tuvo por respuesta que eran necesarias las cartas
comendaticias de cierto número de Obispos en favor
de la Pía Sociedad y la aprobación de la autoridad
diocesana.
Con este fin dirigió don Bosco su primera
súplica al Vicario Capitular de la diócesis de
Turín.
Turín, septiembre, 1863.
Ilustrísimo y Reverendísimo Sr. Vicario
General:
Respetuosamente expongo a V.S. Ilma. y Rvdma.
que en el año 1858, hice llegar a manos de nuestro
Exmo. y Rvdmo. Arzobispo, de feliz memoria, el
proyecto de una Congregación, con el título de
Sociedad de San Francisco de Sales, destinada a
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